He tenido el honor de presentar en la Casa del Libro de Madrid, Gran Vía, 29, el IV Premio de la colección “La Brújula” que edita San Pablo, para los colegios e institutos de toda España. Un lujo, de verdad. El galardonado ha sido este año el profesor e historiador Manuel Alfonseca y su novela juvenil se titula “La Corona Tartesia”. La tengo en las manos. Subyugante. No se la pierdan.
Pero mi satisfacción mayor ha sido ocupar la tribuna de Espasa-Calpe, emporio de libros centenario por el que pasaron y en el que publicaron hombres excelsos, como Alberti, Hernández, Cossío, Valle Inclán, Galdós, Unamuno, Azorín, Machado, Gómez de la Serna y etc, etc.
Ofrezco a continuación un extracto de mi discurso, en el que hice un apasionado “Elogio de la lectura”:
“Yo sólo sé hablar y escribir a los niños, esos enanos impertinentes y locuaces siempre boquiabiertos, a los que los mayores les apartan de sí, para librarse de responsabilidades.
Las Tablas de la Ley de la Enseñanza, queridos maestros, se resumen en dos, que son leer y contar, pero con la primera basta, porque el lenguaje lo abarca todo.
Me detengo, pues, en leer, simplemente leer, porque leyendo se aprende a contar y a entender de matemáticas, ciencias y humanidades.
Hay un vademécum reciente de mi amigo Alberto Martín Baró, hijo del gran periodista Martín Abril –“Cómo hablamos y escribimos” se titula- que da en la diana: lenguaje, lenguaje, lenguaje. El lenguaje es todopoderoso, mueve las montañas y los corazones.
La colección La Brújula de San Pablo Editorial, puntual indicadora de por dónde debemos ir, marca esta dirección, con un interés literario preeminente.
Esto me lleva a transcribir las frases de oro que pronunció Federico García Lorca, durante la inauguración de la biblioteca municipal de Fuente Vaqueros, Granada: “No sólo de pan vive el hombre; si tuviera hambre no pediría un pan, sino medio pan y un libro, libros, libros, que es decir “amor, amor”. Dadme libros para que mi alma no muera, pedía Dostoyesvsky, cercado en Siberia por infinitas y desoladas llanuras de nieve. Pedía libros, no fuego ni pan ni agua, para subir a la cumbre del espíritu y del corazón”.
Aquí debía terminar, pero dejadme, en vuestra paciencia escuchadora, que ponga el colofón cervantino: “No hay libro malo que no contenga algo bueno”.
a.sotopa@hotmail.com
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