miércoles, 6 de junio de 2012

Una brújula paulina que orienta en valores morales y literarios a los niños y a los adolescentes

He tenido el honor de presentar en la Casa del Libro de Madrid, Gran Vía, 29, el IV Premio de la colección “La Brújula” que edita San Pablo, para los colegios e institutos de toda España. Un lujo, de verdad. El galardonado ha sido este año el profesor e historiador Manuel Alfonseca y su novela juvenil se titula “La Corona Tartesia”. La tengo en las manos. Subyugante. No se la pierdan.

Pero mi satisfacción mayor ha sido ocupar la tribuna de Espasa-Calpe, emporio de libros centenario por el que pasaron y en el que publicaron hombres excelsos, como Alberti, Hernández, Cossío, Valle Inclán, Galdós, Unamuno, Azorín, Machado, Gómez de la Serna y etc, etc.

Ofrezco a continuación un extracto de mi discurso, en el que hice un apasionado “Elogio de la lectura”:

“Yo sólo sé hablar y escribir a los niños, esos enanos impertinentes y locuaces siempre boquiabiertos, a los que los mayores les apartan de sí, para librarse de responsabilidades.

Las Tablas de la Ley de la Enseñanza, queridos maestros, se resumen en dos, que son leer y contar, pero con la primera basta, porque el lenguaje lo abarca todo.

Me detengo, pues, en leer, simplemente leer, porque leyendo se aprende a contar y a entender de matemáticas, ciencias y humanidades.

Hay un vademécum reciente de mi amigo Alberto Martín Baró, hijo del gran periodista Martín Abril –“Cómo hablamos y escribimos” se titula- que da en la diana: lenguaje, lenguaje, lenguaje. El lenguaje es todopoderoso, mueve las montañas y los corazones.

La colección La Brújula de San Pablo Editorial, puntual indicadora de por dónde debemos ir, marca esta dirección, con un interés literario preeminente.

Esto me lleva a transcribir las frases de oro que pronunció Federico García Lorca, durante la inauguración de la biblioteca municipal de Fuente Vaqueros, Granada: “No sólo de pan vive el hombre; si tuviera hambre no pediría un pan, sino medio pan y un libro, libros, libros, que es decir “amor, amor”. Dadme libros para que mi alma no muera, pedía Dostoyesvsky, cercado en Siberia por infinitas y desoladas llanuras de nieve. Pedía libros, no fuego ni pan ni agua, para subir a la cumbre del espíritu y del corazón”.

Aquí debía terminar, pero dejadme, en vuestra paciencia escuchadora, que ponga el colofón cervantino: “No hay libro malo que no contenga algo bueno”.


a.sotopa@hotmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario