sábado, 3 de marzo de 2012

Ramón y Cajal está de actualidad


El maestro de los investigadores científicos, don Santiago Ramón y Cajal, está de actualidad. No solo porque lleven su nombre calles, estaciones de metro, plazas, farmacias, centros médicos y centros de enseñanza, sino porque al fin se está imponiendo en las aulas públicas y privadas la consecución de la excelencia como norma sine qua non en el trabajo intelectual de alumnos y profesores. Bienvenida sea esa bandera perdida que flotaba en el viento de las utopías, esa meta de los atletas del saber.

Ya no da vergüenza ser el mejor, el más memorioso, el más inteligente, el más capaz. Ya no hay que dar clases aparte a los aprendices excepcionales. Priman ahora, de nuevo, “los tónicos de la voluntad”, como los definió y defendió el tozudo navarro-aragonés.

Estos tristes años pasados -por una pedagogía mal entendida y peor puesta en práctica- teníamos que ser todos iguales, pero iguales por la base,  hacia abajo, no por la cúspide, para no humillar a los torpes y a los vagos y a los chuletas y a los indisciplinados. Corría y se celebraba la ley del menor esfuerzo, del gusto propio, de la alegría de pandereta, del compañerismo contagioso entre docentes y discentes, entre padres e hijos, autoridades y ciudadanos pelaos. Esa ley ha caducado.

De un Nobel salió otro Nobel. Así lo cuenta Severo Ochoa: “A pesar de que era la figura que más admiraba e idolatraba, no me parecía procedente perturbar el trabajo de don Santiago, mi maestro, siendo yo como era un estudiantillo de medicina, pero le tomé como modelo. Si después he hecho algo por la humanidad, a él se lo debo”.

Maravilloso ejemplo. Algo parecido observé días pasados en el Colegio Ramón y Cajal, de Madrid, cuando sus profesores me invitaron a presentar mi Pepín Pepino, el fantasma miedoso, en sus aulas encristaladas y arboladas. Fue una gozada. ¿Por qué? Porque el alumnado de primaria se volcó conmigo, educadísimo. ¿Por qué más? Porque sus maestros estaban con ellos alentándoles a preguntar y preguntar. Preguntar para saber y luego hacer. ¿Y qué les dije? Les dije que el estudio de la Lengua abre todas las bocas y todas las puertas; con la Lengua comprendemos las demás asignaturas; por la Lengua, bien hablada y bien escrita, somos hombres y no simples loros de repetición. Y me entendieron, vaya si me entendieron. Como hemos acabado entendiendo las palabras del Nobel neurólogo: “El genio es una larga paciencia. He conquistado la gloria pasando cuarenta años de mi vida inclinado sobre escritorio”. Pues ya está, abramos las neuronas, activemos el ordenador de la mente.



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