miércoles, 17 de julio de 2019

Volver al mar

Necesito volver al mar. Todos los veranos me acucia esa necesidad. Del agua salimos a la tierra —del barro, dice la Biblia, que modeló Dios a Adán—  y al agua vamos a volver como los ríos al mar que es el morir.
 
De niño, por haber nacido tierra adentro en Castilla, no sabía ni que existía salvo por los mapas azules. Y soñaba con él y con ellos (los mapas) esperando el día en que me embarcara sobre su piel cristalina o simplemente pusiera los pies sobre la arena. Tarde llegó pero llegó al  fin.

Tendría ya unos catorce años. Fue en Motril y en las Cuevas de Nerja cuando estudiaba el Bachillerato con los Hermanos de La Salle en Granada. Nos llevaron de excursión como solían hacer los frailes y las monjas en aquellas lejanas calendas de las décadas 50-70. El recuerdo es inolvidable, vive Dios.

Desde entonces no puedo pasar un verano sin ver el mar y sumergirme en sus olas salinas. Por unos días solo. A mi tensión no le sienta bien la línea de la playa.

Ahora mismo estoy leyendo “Noche de levante en calma” de José María Pemán y sus versos redondos me trasladan a las costas de San Fernando y Conil en Cádiz. ¡Qué estremecimientos de pena y alegrías! Me siento como el protagonista Juan, pescador y narcotraficante, que deja sola en casa a su mujer Soledad —una madre Coraje— y a su hija Alba, una muchacha quinceañera de transparente ingenuidad.

Cada vez que escucho “Háblame del mar, marinero” de Alberti y la adolescente Marisol me ocurre lo mismo: me dan ganas de llorar a mares. Y también cuando oigo la Salve rociera de la Pantoja cabalgando agarrada a las crines de un caballo blanco con los cascos bañados de espumas…
Bueno, que me voy al mar.


918470225

No hay comentarios:

Publicar un comentario