lunes, 2 de septiembre de 2019

Antonio Machado, entre Segovia y Baeza



(Ponencia del XLV Congreso de RAECO)



¿Qué une a Segovia con Baeza? La presencia de Antonio Machado en ambas ciudades y sus viajes en tren entre una y otra a lo largo de los 13 años más fecundos del poeta, que se asentó en la Ciudad del Acueducto como profesor de francés, tras ganar las oposiciones. La historia y las consecuencias de esa ligazón literaria, filosófica y amorosa es lo que voy a desentrañar en escasos diez minutos. ¿Y por qué he redactado esta ponencia? Porque me siento identificado y clarificado en la personalidad y poesía de un hombre eminentemente bueno.

Cuando AM pierde a su niña-mujer Leonor en París, donde perfeccionaba la lengua de Racine y estudiaba Filosofía con Henry Bersong, se le muere de tuberclosis  en unos pocos días y él decide refugiar su dolorido corazón en Baeza con su madre, Antonia Ruiz.

Pasados 7 años (1912-1919) es cuando arriba en tren a Segovia y se encierra en la pensión humilde de Luisa Torrego, calle Desamparados, número 5, hoy su Casa-Museo, comprada por la Institución San Quirce, con la que tanto trabajó y a la que el poeta donó unos cincuenta libros para su Bibllioteca Popular Circulante en las Misiones Pedagógicas. Eso ocurre el 25 de noviembre de 1919. Empieza pagando 5 pesetas diarias, pues su tristeza se igualaba con su penuria. Para orear y airear su habitación en el invierno abría las ventanas, pues “hacía menos frío fuera que dentro”, comentan los que le trataron en aquel tiempo.

“En la tristeza del hogar golpea
el tictac del reloj. Todos callamos”,
escribiría entonces.
Había descendido del tren en la estación de Palazuelos de Eresma, a ocho kilómetros de Segovia, que ahora lleva el nombre poético de su ¿amante? Pilar de Valderrama, o sea, “Guiomar”.
“Yo, para todo viaje
—siempre sobre la madera
de mi vagón de tercera—
voy ligero de equipaje.
Si es de noche, porque no
acostumbro a dormir yo
y de día por mirar
los arbolitos pasar,
yo nunca duermo en el tren
y sin embargo voy bien.
El tren camina y camina
y la máquina resuella
y tose con tos ferina.
¡Vamos en una centella!
Tan pobre me estoy quedando
que ya ni siquiera estoy
conmigo, ni sé si voy
conmigo a solas viajando”.
Su poesía de estos momentos es íntimamente subjetivista, tanto en lo interno como en lo externo:
He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas,
he navegado en cien mares
y he atracado en cien riberas.
En todas partes he visto
caravanas de tristeza.
Se refiere a los paisajes (árboles, montañas, ríos…) y a los hombres y mujeres de una tierra envidiosa y cainita: la de su país históricamente atormentado y en luchas civiles de hermanos perpetuas por un palmo más de tierra.
Su intimismo simbolista, a la par que real, no tenía más remedio que usar los signos distintivos de por donde pasaba: plantas, flores, animales, valles, llanuras, páramos. En realidad siempre fue, a pie o en tren, un caballero andante y caminante como Don Quijote, quijote él asimismo. Y se desplaza, geográfica e íntimante, por un compromiso humano solidario, hasta su último destino fatal, que fue Colliure, su tumba en la que reposa.
Mi ponencia se va a limitar a sus estancias en Baeza y Segovia y a los viajes que mediaron entre ellas a lo largo de los 13 años que permaneció en la Ciudad del Acueducto. Como observaréis, dos paisajes llenos de contrastes y diferencias, vitales, ideológicas, sentimentales y geográficas: Andalucía y Castilla, dos mundos distintos, asimilados igualitariamente por el bueno de Antonio Machado.

MADUREZ EN BAEZA

En la jienense Baeza, “la Salamanca andaluza”, que fue capital del Reino de Jaén antes que la Jaén misma, asentó sus pobres reales después de enterrar con dolor inmenso a Leonor Izquierdo en el Hoyo del Espino abulense.
Allí, aquí, pasaría siete años de docencia, ejercida y recibida a la vez. haciendo numerosas excursiones, solo o en compañía, por los cerros de Úbeda y Mágina y por las Sierras de Cazorla, Segura y Alcaraz, donde más de una vez le sorprendieron las tormentas, en búsqueda de las fuentes manantiales de su río natal, el Guadalquivir, como lo había hecho antes por el Urbión del Moncayo soriano-zaragozano al encuentro del niño gimiente Duero.
Escuchad su testimonio versado:
“Heme aquí ya, profesor
de lenguas vivas (ayer
maestro de gay-saber
aprendiz de ruiseñor),
en un pueblo húmedo y frío,
destartalado y sombrío
entre andaluz y manchego.
Invierno. Cerca del fuego.
Fuera llueve un agua fina,
que ora se troca en neblina,
ora se torna aguanieve.
Ya pasó
un día como otro día,
dice la monotonía
del reló.
Dice la monotonía
del agua clara al caer:
un día es como otro día,
hoy es lo mismo que ayer”.
Y en medio de ese ambiente rural enrarecido y agobiador, dispara en el mismo poema su genial y disparatado humor:
“Dios sabe dónde andarán
mis gafas… entre librotes,
revistas y papelotes,
¿quién las encuentra? Aquí están”.
Y es que ya empezaba a perder la vista. Miopía, pues, que le llevó progresivamente a encerrarse más y más en sí mismo para hablar con él solo, de tú a tú, antes de hablarle a Dios un día. Muchos lo hacía. ¿Habrá vate español que cite a Dios en sus versos más que él? Creo que no:

“Ayer soñé que veía
a Dios y que Dios hablaba,
y soñé que Dios me oía…
Después soñé que soñaba”.

EN SEGOVIA, MÁS DE UNA DÉCADA PRODIGIOSA DE CREACIÓN LITERARIA

Llega a Segovia el 30 de noviembre de 1999 en tren de tercera, descendiendo en la estación de Palazuelos de Eresma, a solo 8 kilómetros de la ciudad, en la que entra en autobús por debajo del Acueducto.
Al cabo de unos pocos días de hotel, por resultarle muy gravoso, se instala definitivamente en la pensión de Luisa Torrego, calle Desamparados, número 5, donde le alquila una habitación por 5 pesetas diarias.
Ese cuartucho o celda de viajero, en el que va a residir escribiendo y durmiendo, le pareció a su amigo y maestro Francisco de Cossío que no era digno para él ni comparable siquiera a “celda de cartujo o franciscano por su austeridad y desolación”.
A partir de ese día, después de sus clases de francés en el Instituto Mariano Quintanilla —el único que había entonces en la ciudad— Antonio Machado se pasea las tardes por la Alameda del Parral que atraviesa el Eresma, río espiritual por el convento carmelita de San Juan de la Cruz, que 400 años antes también anduvo por allí rezando y componiendo su “Cántico Espiritual” al Amado.
Hoy únicamente yace su cabeza en dicho convento
El periodista Moncho Alpuente, que en ese mismo sitio tuvo casa y barca inflable, me lo contó así un día: “Al parecer le gustaban las jovencitas púberes y de esa manera calmaba su añoranza de Leonor”. Puede ser. Por otra parte, Machado, lo mismo que su maestro y amigo Rubén Darío, que se casó con la campesina Francisca Sánchez, bastante más joven que él, sentía predilección por las mujeres jóvenes, humildes, hacendosas y vírgenes.
Nuestro poeta se sentaba, de tiempo en tiempo, en un banco de piedra cabe el río y fumaba, leía y apuntaba en una libreta que llevaba en el bosillo, todo lo que se le ocurría. Ya dijimos que era muy introspectivo. Ahí veo yo el origen y desarrollo de los aforismos y epigramas, proverbios y cantares, de Juan de Mairena y Abel Martín, dos de sus heterónimos más populares al estilo de los de Pessoa.
El propio Machado dejó descrita esta manía:
“En Segovia, una tarde, de paseo
por la alameda que el Eresma baña,
para leer mi Biblia
eché mano al estuche de mis gafas,
mi volcado balcón de la mirada”
Estos versos permanecen grabados en el duro granito del puente central de la Alameda. El lugar es seductor y con una vista incomparable. “Huertas del Parral, paraíso terrenal, reza el refranero segoviano.
Luego desde allí iniciaba lo que él mismo llamaba “el camino de su devoción”, introduciéndose desde la periferia arbolada en el centro histórico, remontando la cuesta arriba de la calle Real, antes de detenerse en el Gran Café Casino de la Unión, en cuya tertulia le sorprendió frecuentemente “Cándido”, Mesonero Mayor de Castilla, que nos legó este apunte pintoresco en sus  Memorias: “Era un hombre desaliñado, mal vestido y con aspecto de pobre hombre, muy poco hablador, nunca exaltado y distraído a más no poder. Solo, siempre sin una queja ni un mal gesto, un poco triste. Pedía el café y se ensimismaba, pensando o escribiendo en la mesa de mármol”.
Los tertulianos que le acompañaban se llamaban Barral,
Antes que Cándido, ya el modernista poeta Francisco Villaespesa le había retratado en un bosquejo semejante:
“Sobre el verde diván arrellanado
indolente está Antonio Machado,
que con su rictus grave, adusto y serio
de Padre mercedario,
devora en un diario
líricos ditirambos a la Imperio” (una gitana).
Ya de noche cerrada, tras unos pocos bamboleantes pasos, con ambas manos en el bastón y con el inseparable gabán agujereado de matadura de tabaco, se encerraba en la pensión hasta el día siguiente, durante 13 monótonos y repetidos años.
Salvo los feriados, claro, que se bajaba a Madrid para charlar con Unamuno, Azorín, Azaña o Valle-Inclán y encontrarse secreta y discretamente en algún café con Pilar Valderrama, su poética diosa “Guiomar” que como tal la trataba.
Como anotó:
“Despacito y buena letra,
que el hacer las cosas bien
importa más que el hacerlas”.

LA MISTERIOSA RELACION CON GUIOMAR

La relación poética y ¿amorosa? con Pilar Valderrama es misteriosa, pero algo, muy positivo para los dos, podemos indagar y aventurar. Pilar fue discretísima hasta en sus Memorias, publicadas ya con un pie en el estribo de la muerte (1981). Simplemente reafirma esos contactos en Madrid y que ella fue la que inspiró las “Canciones de Guiomar”. Más que de Antonio, pues, pudo estar enamorada de sus poemas. Eso ocurre frecuentemente en las “fans” de los poetas. A mí mismo me ocurrió con mi primera mujer, que se enamoró de “Doña Noche”, mi primera farsa infantil ( ver en editorial Fundamentos) cuando se la leía en las praderas de La Florida en mi juventud periodística.
El de Antonio y Pilar resultó, por tanto, un “amor platónico”, razonable, sin carne ni hueso que palpar, ni por parte de él ni por parte de ella.
Se reunían en un café madrileño semanalmente —de lo que hay testimonios fotográficos— y también en Segovia en el hotel Comercio, en el que ella se alojaba por motivos de salud y en el que empezaron a conocerse y a leerse poesías mutuamente. De hecho Machado se la recomendó encomiásticamente a su maestro y amigo Miguel de Unamuno, por entonces ya Rector de la Universidad de Salamanca, la “maravilla de piedra blanca”.
En los bocetos pictóricos que se conservan de esos encuentros, siempre aparece Machado con sombrero, sujetando el bastón con ambas manos, una encima de la otra, y son tan indicativos de su modo de ser y estar como los que le presentan en el exterior con un paraguas, al estilo de Azorín.
De ese forma lo imaginé yo también cuando dramaticé con los personajes de la Generación del 98 en “Pensión Flora” (Editorial Sial-Pigmalión) un primer encuentro de esos cachorros ambiciosos que acudían en tren a la estación de Atocha, para revolucionar el periodismo y la literatura, desde “el rompeolas de todas las Españas” periféricas.
Y hablando de teatro debo añadir que Antonio le escribió y dedicó a Pilar Valderrama “Lola”, (no “La Lola se va a los puertos”), de la que ella se sentía tan orgullosa como susceptible. Vamos, que ni ella se creía que pudiera ser protagonista de nada.
Por entonces (1927) ya había sido propuesto por la intelectualidad segoviana como Académico de la Lengua, lo  que dio ocasión a que Pilar le reprochara su haraposa indumentaria, en nada correspondiente con el noble nombramiento que le acababan de hacer. Al final, no tomó posesión de su sillón V, por no terminar el discurso protocolario de ingreso y del que nos queda un simple Proyecto sin corregir.
Vienen bien al respecto los poemas que le dedicó:
“Perdona, madona del Pilar si llego
al par que nuestro amado florentino
con una mata de serrano espliego,
con una rosa de silvestre espino…”
y con
“No sabía
si era un limón amarillo
lo que tu mano tenía
el hilo de un claro día,
Guiomar, en dorado ovillo.
Tu boca me sonreía.
Yo pregunté ¿Qué me ofreces?
…………………………………………….
Y…
“En un jardín te he soñado,
alto, Guiomar, sobre el río,
jardín de un tiempo cerrado
con verjas de hierro frío”.
………………………………………
“En ese jardín, Guiomar,
el mutuo jardín que inventan
dos corazones al par
se funden y complementan.
(Uno: mujer y varón,
aunque gacela y león,
llegan juntos a beber.
El otro: No puede ser
amor de tanta fortuna:
dos soledades en una,
ni aun de varón y mujer)
…………………………………….
“Siempre tú, Guiomar, Guiomar,
mírame en ti castigado,
reo de haberte creado,
ya no te puedo olvidar”.
Todo amor es fantasía,
él inventa el año, el día,
la hora y su melodía;
inventa el amante y, más,
la amada. No prueba nada
contra el amor, que la amada
no haya existido jamás”.

En ese jardín de la pensión segoviana continúa recibiendo a los turistas que se adentran en su Casa-Museo. Y los recibe como le plasmó Emiliano Barral y que el vate poetizó:
… “en una piedra rosada
que lleva una aurora fría
eternamente encalada
con agria melancolía,
y, so el arco de mi ceja,
dos ojos de un ver lejano,
que yo quisiera tener
como están en tu escultura:
cavados en piedra dura,
en piedra, para no ver”



ILE DE GINER DE LOS RÍOS Y MISIONES PEDAGÓGICAS DE LA II REPÚBLICA

“Enseñar y divertir a la vez a las poblaciones rurales” fueron los propósitos del creador de las Misiones Pedagógicas, el ministro de Instrucción Pública de la Segunda República (1931-1936) Marcelo Domingo, bajo el gobierno de Niceto Alcalá Zamora, nacido justamente al lado de Baeza, en Priego, y en ellas se enrolló Antonio Machado, especialmente en la sección teatral, de la que era gran conocedor y ejecutor por sus conocimientos escénicos adquiridos en la Compañía de María Guerrero y Fernando Mendoza. Él seleccionó desde Segovia, con otros intelectuales como Alejandro Casona, las obras que habrían de representarse en los pueblos y aldeas semianalfabetos (más del 44 % y el doble entre las mujeres), empezando por Toledo, Soria y Segovia. No podía faltar, evidentemente, La Barraca de Federico García Lorca ni los ingenuistas Gil Vicente, Lope de Rueda, Lope de Vega, Quevedo y el Cervantes de los entremeses.
Es en esta tesitura de la Institución Libre de Enseñanza, en la que se había formado y de la Universidad Popular de San Quirce, con la que se involucró como socio fundador y conferenciante asiduo, en las que desarrolla su imponente labor social sobre las clases desfavorecidas. ¿Testimonios? La evocación del Guadarrama en la elegía a su maestro Giner de los Ríos y su implicación en la República, la que proclamó “emocionado hasta las lágrimas”, según la carta que le dirigió a Unamuno:
A Giner lo despidió así, cuando ya se consideraba “un triste y pobre/ filósofo trasnochado”:
“Los muertos mueren y las sombras pasan,
vive quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad!; enmudeced, campanas!
¡Oh sí, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama”.

De Segovia pasa (1932) definitivamente al Instituto San Isidro de Madrid, y de Madrid (febrero de 1939) al cielo de Colliure, de dónde aún no ha vuelto, pero sigue entre nosotros con su poesía humana y verdadera.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

Introducción, notas y Obras Completas de Antonio Machado, publicadas por Oreste Macrí en RBA-Instituto Cervantes, 1989. Y Wikipedia.







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