viernes, 27 de julio de 2018

Reautoentrevista del 75º aniversario ya cumplido

Ahora que ya el flujo de los años y sus enseñanzas se han ido destilando en el alambique de mi mente y mi corazón a través de un sutil y enroscado serpentín intelectual, haré  memoria de mi estado actual. Helo aquí, con preguntas y respuestas comedidas:


 
—¿Qué es lo que más le gusta?
—Llamarme como me llamo.
—¿Por qué?
—Porque siempre quise ser como mi homónimo clásico.
—¿Lucio Apuleyo?
—Ese, el autor alabado de Las Metamorfosis o El Asno de Oro.
—¿Perdurará igual que él?
—Ojalá. Para eso trabajo y escribo.  Los dioses, si existen, que me ayuden.
—Y los críticos ¿no?
—No. De ellos no dependo para nada.
—¿De quién, entonces?
—De los historiadores de la Literatura.
—¿A son de qué escribe la última palabra  con mayúscula?
—A que mayúsculo me considero.
—Orgulloso, ¿eh?
—Sí. De mí solo. Los demás no me interesan sino como lectores asiduos.
—¿Los tiene de verdad?
—Sí, son muchos, variados y buenos.
—Me alegro, hombre.
—Yo también. No podría por menos que agradecérselo.
—¿Y dónde escribe?
—En zoquejo.com de Segoviadirecto a diario.
—¿Satisfecho y contento?
—A tope.
—¿No ansía recordar sus colaboraciones en EFE, PYRESA, COLPISA?
—También, ¿cómo no, si fueron las que me lanzaron a la popularidad periodística en los tiempos de la Transición de Suárez, Calvo Sotelo, Felipe González, Aznar y Rajoy hasta hoy?
—¿De Sánchez no cuenta nada?
—Hasta que no haga algo provechoso, no lo diré ni escribiré. Me trae la pluma al pairo su estreno de presidente por una moción de censura trasera, apoyada por los bilduetarras e independistas de toda mala laña y condición. Por ello España está que arde, y no lo significo porque estemos en verano, en el que sobran los pirómanos. La Naturaleza suele mantenerse quieta hasta que no la incendian. Y la están incendiando por un rencor que no comprendo.
—¿Quiere expresar que no le gusta la situación en que vivimos?
—¿Vivimos, dice usted? Ni me gusta ni me disgusta. Le falta sustancia. Le sobran cenizas. Esto no es vida, sino malestar continuo. Aquí no hay quien viva como quiera. Los exaltados lo controlan y enturbian todo, han asaltado el gobierno de la sensatez, si es que alguna vez la sensatez existió en este triste aunque grandioso país.
—¿Pesimista, entonces?
—Pesimista es poco. Malhumorado, hundido, perseguido, desclasado, retrasado  y re-re-re-re-renegado. ¿Me entiende?
—Pues vaya, con lo listo que me parecía usted.
—Tómeselo al pie de la letra. Repito: Aquí no hay quien viva a sus anchas. Ya no es ancha Castilla. Y Cataluña se apocopa en sí misma, sin nadie que ampare su exclusión republicana del Reino de España, tutelado por Felipe VI, un caballero entero y verdadero con más collons que el caballo del general Espartero y por supuesto con más collons que el Puigdemont fraudulento y cabrón, que acaba de asentarse en Bélgica tras su fuga cobarde, escondido en el maletero de un coche camuflado, con el apoyo de los Mossos de Escuadra ante él descuadrados. (Al menos uno, su libertador fuera de oficio, pero con sueldo)
—¡Cómo se pone, señor Soto Apuleyo!
—Como tengo que ponerme ante tanta indignidad nacional e internacional. ¿No está de acuerdo?
—Me pone en un brete difícil de aceptar, pero lo acepto, no le falta razón.
—Gracias, hombre virtuoso, que sabe que “in medio virtus”, como deseaban los romanos del Imperio.
—¿De qué imperio me habla?
—Del de la Ley, Corte suprema.
—¿Se respetará algún día?
—Eso espero, pero mucho me temo que no.
—Aviados estamos, don Apuleyo.
—O sea, que tan indignado, tan sometido y dado por el c. como yo está usted. Dejémoslo estar, aunque perplejos. Acabáramos.
—Ya hemos acabado, Maestro. Me callo para que sea el pueblo el que siga hablando. Eso se llama democracia y no totalitarismo torrado, etarraerrado o eclesiástico —de Iglesias— empoderado.
—¿Y que tengamos que continuar así?
—Ya, hijo mío, pero así es la vida que no es vida.
—Y que usted nos lo recuerde cada día, hasta que encontremos, o encuentren ellos, una solución terminal, feliz y fundamental.
—Dios le oiga.
—Deseo, por bien de todos, que me esté oyendo, con los ojos cerrados y los orejas abiertas.
—Seguro que le oirá, pues barba blanca de sabiduría eterna, dicen que se le cae de la mamola complaciente.
—Amén. En castellano-español, así sea, por Dios.

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