lunes, 30 de julio de 2018

Puerta al silencio

Cierro la puerta de mi casa
con un crujido
de los goznes de hierro
malheridos.
Adiós silencio.
A la calle me tiro.
Doy a Dios gracias
del aire limpio
que encuentro y no es usual
en la ciudad que vivo.
Me contengo.
Respiro.
Anchuro los pulmones.
Miro
por donde voy.
Me cuido.
Muevo las manos y los pies,
los mimo
y es que me llevan
sin sacrificio
a un nuevo y provechoso
destino.
Los árboles son verdes
desde que han nacido
y me los pongo por sombrero
del calor y del frío.
Los pájaros volaron,
los pájaros se han ido
al monte altolozano
del olvido,
como yo tantas veces
que intento repensar… y escribo.
Luego me aparto
igual que un viudo mirlo
desconsolado
se aparta de su nido,
y oigo el lenguaje de las gentes
fuera de quicio:
lo enternezco y lo mezclo
con el mío,
más clasista y purista
de estilo,
y paso horas y horas
de sitio en sitio
buscando un no sé qué
que le dé sentido
a la vida que expongo
en mi parcial retiro
de dar y de tomar,
—siempre como alivio—
lo mejor que me sienta.
A nadie envidio.
Esto es lo que me pasa
—o parecido—
lo mismo que a vosotros,
ya os lo he dicho.
Me late el corazón,
y su latido
me dicta que estoy bien
porque que me pirro
por un enalapril
y un blanco adiro
con el café diario
caliente o tibio
y un copón de ginebra
o un vino fino,
un anís “Castellana”
o un güisqui salmontino
de Escocia:
por sus ríos.
¿Deseáis más de mí?
Soy feliz. Lo repito.
Soy feliz como soy,
en el silencio y en el ruido,
en el trabajo y el descanso,
la soledad y el amiguismo.
“Basta por hoy, me paro”,
ya cansado me digo.
Mas no tengo remedio:
escribo, escribo, escribo…
pendiente de un datalle,
pendiente de un hilo,
el hilo de la vida
jamás perdido.


91 8470225


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