jueves, 31 de marzo de 2016

Dariniana

El 7 de octubre de 1.957, fecha de mi décimoquinto cumpleaños en el internado de La Salle en Griñón, al sur de Madrid, pedí al bibliotecario filósofo Hermano Manuel las Obras Completas de Rubén Darío. ¿Y cuál fue su reacción? Me dijo que el nicaragüense de Metapa era pagano y sensual y no apto para un joven como yo, y en cambio me dio las Odas de Horacio, el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz y las liras sublimes de Fray Luis de León, con las que subminalmente me reconcilié. Ahora, quizás demasiado tarde, se lo agradezco. Pero mi insistencia por Rubén, su Azul y sus Prosas profanas  y sus Cantos de vida y esperanza no cesaron hasta que otro profesor, Carlos Urdiales, yo ya en el Escolasticado, donde estudiaba Magisterio, me las puso a disposición junto a los versos memorables de Vicente Huidobro.

Esta, pues, es la historia prolegómena de la DARINIANA que a continuación le dedico, recogiendo sus maravillosas imágenes rítmicas.

¡Oh río de oro, Rubén Darío, Pluma celeste, cisne de Leda, Voy a empuñarte como una rosa de terciopelo, pulida, hermosa, Portando insomne mi desvarío Por tus poemas de armiño y seda.

Desde que oyera, joven creciente, Tus sones lúbricos y esperanzados, Ando sonámbulo,  solo y doliente, Entre los versos por ti trazados  Y busco ciego gemas de Oriente Como en un juego de dados y hados.

Azul celeste y azul marino, Atlas de inmensos, sacros espacios, Llenos de estrellas, dioses, palacios, Torres y alcázares, vinos divinos… A ti te ofrendo los versos lacios Que fui tejiendo por el camino.

En cristal copa de panes de oro, Junto a los tuyos, coro con coro, Quisiera verlos enamorados, Pero me afloran tan mal rimados Que apenas brillan por su decoro Y a veces río y a veces lloro.

Mi musa es rústica, de carne y hueso, Altiva, sí, y soberana, Mas no resuena en el aire espeso Sino que gime y tiembla en exceso Como el vagido de una campana Vaga, rompida, vana y pagana.

Vaya mi salutación, Optimista por demás, A ti que eres la canción Mejor oída jamás. Me salvaste el corazón En los tiempos de afición Y no te puedo olvidar.

Emigrante en tierra extraña, Te llegó a la entraña España Y versaste sin parar, Con una pluma espadaña Florida como la caña, Las lindezas de la mar Y las Rosas de Ronsard.

De las Rosas de Ronsart A las tuyas me fui yo Por no decir nunca no Al romancero cantar De Berceo y de Rimbaud. Nos acompaña, ¡oh, oh! La ingrata posteridad.

a.sotopa@hotmail.com
918470225

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