martes, 15 de mayo de 2018

Moisés Olmos, poeta integral


El poeta segoviano de Fuentepelayo, avecindado en Madrid desde su juventud, Moisés Olmos para los íntimos y los polémicos de toda laya y condición, está sembrado de mieses líricas y más lúcido y expresivo que nunca a sus 93 doloridos años. Nos acaba de regalar su penúltimo poemario — creo que penúltimo—, y ha querido que se le prologue yo. Cumplo, pues, con satisfacción admirativa, un deber de amistad mantenida a largo del tiempo. Y voy a ser sincero. Es lo menos que puedo pagar por su combativa existencia, siempre al servicio de la verdad y la justicia, desde que se entretenía llevando por los pueblos el cine universal que se estrenaba en Madrid hasta que se instaló en el Centro Segoviano de la capital como mano derecha de diversos presidentes. Su opinión había que tenerla en cuenta, aunque no se lo manifestaran en público, por ser él quien era: un hombre hecho y derecho, hecho a sí mismo por las circunstancias que han rodeado su existir y caballero leal en toda regla con aquel a cuyo servicio trabajó.

 
Autodidacta peleón, jamás ha abdicado de sus convicciones ni ha cambiado de chaqueta, y ha aprendido lo que no está en los libros sino en la lucha por la vida, como Pío Baroja, cuya insobornabilidad celebra en el Poemario que nos entrega como testamento.

Claro varón de la Castilla hodierna, se merece un Premio Hernández del Pulgar coetáneo que le coloque en la Historia de los grandes hombres… y que el pueblo de nacimiento le dedique plazas, calles, colegios o monumentos, aunque ya él se ha preocupado de firmar su autorretrato en palabras perdurables.

Es Moisés Olmos ese viejo olmo castellano que cantó Antonio Machado en la curva que hace el Duero en torno a Soria, entre San Polo y San Saturio. Como a ese árbol corpulento hendido por el rayo, le han reverdecido unas hojillas poéticas que nos dan mucho que pensar: ¿cómo somos, qué queremos, qué seremos, de dónde venimos, adónde vamos?
Moisés, Moisés Olmos, que ha dedicado su vida a los demás, afirma, citando a Campoamor, que “el amor es triste”, pero se equivoca deliberadamente porque a continuación añade: “mas triste y todo, es lo mejor que existe”, y él en persona nos lo ha demostrado, amando a su mujer, a sus hijos y a todo bicho viviente con el que mantuviera controversias. ¡Y tan bien como se le han dado al jodío las controversias! Pocos, si no ninguno, han podido callarle.

Me ha enternecido mucho su poemario, la verdad. Y os enternecerá a vosotros, sus lectores asiduos.

Toca todos los temas: los viajes (Bosnia, Perú, Turquía), las costumbres (agrícolas, ganaderas, religiosas), el folclore (musical, vestimental, literario), la nostalgia del pasado (fuera bueno o fuera malo), su Castilla imperial añorada (Isabel y Fernando, Carlos y los Felipes, Cortés y otros conquistadores —segovianos incluídos—), y lo hace en muy diversas métricas y rimas, pues todas las domina con sencillez y cercanía popular, coronándolas con sonetos al garcilasiano modo, como el inefable que dedica a su mujer.

Leed, pues, sin prisas esta Autovida o Automoribundia y tomad ejemplo. Tras este preámbulo, podréis deleitaros entrando en el cogollo del bollo del bueno de Moisés Olmos. Fiat lux, que dijo Diós, cuando al mundo y a este hombre creó.

Me quedo con él para siempre. Me quedo con sus versos y con su modo de pensar y repensar. ¿Viejo? En él anida la sabiduría. ¿Para qué queremos más? Gracias, Moisés.

91 8470225

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