jueves, 25 de enero de 2018

Torsión y vuelta a la niñez

Aquella mi niñez
¿dónde se me escondió?
En los hondos repliegues del alma
la recogiera yo.
Y cada noche aflora
con íntimo rubor
haciéndome creer
que aún mayor no soy.
Iba el niño, alelado,
por aquel corredor
de las aulas cerradas
—toc toc, toc toc, toc toc…—
y nadie le atendía.
¡Oh cruel decepción!
Profesor, preguntaba.
No estaba el profesor, mi profesor,
y yo me resignaba
a perder su lección.
Luego ya en el recreo
aparecía, pero no,
no era el mismo que en clase
de Lengua y Redacción.
“A jugar”, nos pitaba
con un silbato atronador
y respondíamos atropellándonos
en el patio de arena y sol.
A la altura del pecho
lucía bermellón
mi nombre apocopado.
Nunca luciera, ay, no.
PULE, PULE, gritaban los muchachos
riéndose a traición.
PULE no era un “gallina”
y sin embargo, ¡oh Dios!,
todos le acometían,
todos en pelotón.
De modo que se retraía
de su furor
metiéndose en los baños putrescentes
del patio peleón
y con una Gillette
el vello de las piernas se raspó
pues se había hecho adulto.
¡Oh Dios mío, qué horror:
le quemaban las ingles
bajo el escaso pantalón!
Se los puso bombachos…
y ahí sí, se hizo mayor.
La adolescencia le asomaba
en el bigote negrotón.
Pase usted PULE, PULE,
le dijo el profesor,
voy a darle ahora mismo
mi última lección,
y en tono mayestático
ligeramente peroró:
Te esperan, “corderillo”,
largas praderas de ilusión,
córrelas, córrelas…
aunque ya no esté yo.
Soñé que era un corderillo
y que un lobito feroz
me seguía y me seguía
con ánimo retador…
había cantado un día
sobre el dorremifasol
imitando a una chiquilla
de filme technicolor
cuya pamela guardaba
sin hacer ostentación
en el pupitre escolar:
se llamaba Marisol.
Después Vicente Huidobro,
Unamuno y Juan Ramón
serían mis profesores
con Rubén Darío hoy.
Adiós la niñez soñada,
adiós el puro candor,
adiós las luces y sombras,
adiós el ingenio, adiós.

91 8470225

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