Al pie de Sierra Morena,
con el río por turbante,
Montoro, piedra y cal blanca,
exhibe su enseña árabe.
Guadalquivir me lo ciñe,
lo expanden los olivares,
y corzos y jabalíes
le dan a la caza alcance.
Fenicios, griegos y túrdulos
lo habitaron al instante
de ver su altozana arcilla
en el agua remojarse,
y hasta hoy cunden perdices,
peces de escamas brillantes,
hierros forjados a fuego
y paisajes naturales:
todo lo que necesita
el hombre para historiarse
o para desvanecerse
y para ausentarse el hambre.
A Montoro, amigos míos,
vamos presurosos, y aire
que se entrometa en el puente
sin que le detenga nadie,
el puente que levantaran
las montoreras… ¡Callarse!
Me quedo, porque es de ley
cenar una noche amable
y dormir al son corriente
de sus casonas rurales:
patio cordobés de frente
con pilistras y con mármoles,
gárgolas haciendo gárgaras
y tejas rojas de almagre…
Al pie de Sierra Morena
¿por qué me trajiste, madre?
Castilla tendrá castillos,
pero Andalucía a pares,
que aquí alzados sobre el limo
se denominan alcázares.
¡Oh Maika, yo no te olvido
en esa empinada calle:
con mi Anita montaraz
soñé como sueña un ángel!
Hasta la vista, Montoro;
Guadalquivir, que se aguante;
volveré, el trato está hecho,
Abril y Mayo mediantes.
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