miércoles, 18 de junio de 2014

Acuarela del río Guadalix, que baja desde cerca de Segovia hasta Madrid



El río de Guadalix
es un río de aguas torpes
emparejado al poblado
que gasta su mismo nombre
en el valle Guadarrama
donde se reclina el monte
central de la cordillera
que parte en dos tierras y hombres
de Madrid y de Segovia
unidas en otro entonces,
con un cuchillo de hielo
y una dureza de bronce.
Se destila en el invierno
y en el verano no corre,
de modo que no hay manera
de que la gente se moje
de arriba abajo los cuerpos
durante las vacaciones,
ni los campos le reciban
porque no riega, demontre.
A la vera del riacho
va un camino blanco y pobre
que por no tener no tiene
ni florecillas consortes,
sino cardos, zarzamoras
y algún que otro chopo borde,
por donde trotan, pasean,
sueñan y juegan sin orden
mahometanos y católicos,
viejos, niños, damas, jóvenes,
que hacen de su capa un sayo
y del río una hecatombe.
Piedras y algas se disputan
sus remansos remolones
en los que verdes alisos
creyéranse faraones,
pero son simples arbustos
que ni Dios ni el Diablo oyen
cuando el viento por sus ramas
silba una canción de amores.
En las orillas del río,
que agradables se suponen,
ladridos de perros suenan
y alucinan entre olores
de caballos relinchantes
que se mezclan retozones
con gallinas ponedoras
y con  ovejas insomnes
ramoneando hasta el último
tramo de yerba que brote.
Una limpieza de fondo
y superficie, señores,
merece este río impuro,
de casta y memoria nobles,
pues latas, plásticos, trapos,
palos, botellas, jergones…
le lastran como un insulto
con incitantes vapores.
En términos coloquiales:
lo único bello es su nombre.
Por eso, a pesar de todo,
dejadlo correr, si corre,
que el agua es la vida y vida
respira el que a ella se acoge.

(La intención de este romance
no lleva mayor importe
que la de servir al pueblo.
Así se lea y se anote)

91 847 02 25

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