martes, 9 de abril de 2019

El pequeño filósofo Azorín

Madrid, últimos tranvías,
mil novecientos setenta.
Un anciano toma asiento
frente a las cuartillas. Piensa.
Su pluma va desgranando
recuerdos, viajes, vivencias.
De cuando en cuando un suspiro:
“ya nunca volveré a Yecla”.
Ha descubierto Castilla,
vieja madraza paniega.
Ha recorrido La Mancha
en busca de Dulcinea.
Ha dormido en sus posadas.
Ha hablado a las mesoneras.
Sabe bien que Don Quijote
se entretenía con ellas.
Lleva a España en un paraguas
rojo de sangre en la diestra.
Monta en rucio como Sancho
y duerme so las estrellas.
El noble anciano describe
las casonas que se encuentra,
casonas y más casonas
ya en ruinas tristes y viejas.
Sus finos trazos retratan
a un orfebre de la Lengua:
párrafos cortos, metáforas
cándidas y frases bellas.
Entre renglón y renglón,
la verde palabra: Yecla,
sobrevolando en el pecho
por la lontananza inmensa.
El pozo de los recuerdos
como la humedad gotea.
“Confesiones de un pequeño
filósofo” el texto reza.
Hay un pueblo azul al fondo.
Ahrimán repite…Yecla.
“Madre, deja de planchar
y sal a la carretera
antes de que rompa el alba,
que Madrid lejos me espera.
Tú vas a decirme adiós,
yo te diré ea, ea,
deja de abrazarme, madre,
que el tren resopla y humea.
Madrid-Atocha estación,
mil novecientos setenta,
con Machado, Valle-Inclán,
Baroja y otra ralea
del 98 ilustre
en letras, letras y letras.
Baroja se gasta boina,
Machado huye de Baeza,
Unamuno a Salamanca
abandona con tristeza,
Juan Ramón se hace también
alumno en la Residencia.
¡Qué estudiantes más brillantes
con Dalí a la cabeza!
Los Cristos crucificados
son su imagen y su esencia
aunque ateos se pregonan
tras su turbia adolescencia.
¡Oh colina de los chopos,
oh qué compañía excelsa,
oh qué noches a la luna,
oh qué madrugadas ciertas
con la aurora rosicler
despertándoles alerta!
Azorín no se ha olvidado
de su Yecla, Yecla, Yecla
de viñedos alongados
sobre la verdosa vega
y escribe, escribe y escribe
los brazos sobre la mesa.
Menchirón, Águeda, Antonio,
Mayalde, Miranda, Peña
y un venerando escolapio
en sus oídos resuenan.
“Ya es tarde”, dice una voz
entre materna y paterna.
“Ya es tarde”, repite el eco
de iglesias y bibliotecas.
“Ya es tarde” y volver a casa
retumba por su conciencia.
Pero él cada día más
hijo pródigo se aleja.
Luce una luz en la noche.
A por ella, a por ella.
Por toda la eternidad
brillan sus prosas viajeras.
Madre, deja de planchar.
Atrás ya se quedó Yecla.


918470225

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