lunes, 24 de septiembre de 2018

El cántico terrenal

Pues a San Juan de la Cruz
no alcanzo como poeta,
voy a compartiros hoy
el Cántico de la Tierra.
Vaya en liras a su estilo
y luego me decís qué
es lo que más os gustó
y lo que esperabais de él.

¡Oh Tierra, Paraíso
del sapiente habitante alucinado
que plantarse en ti quiso,
dime si yo, cuitado,
podré asirme a tus brazos descuidado!

“Los ríos sonorosos”
me obligan a seguirte tramo a tramo
aunque sean costosos,
y eso es porque te amo
y acudo velozmente a tu reclamo.

Las montañas inciden
en las nubes volantes y traviesas
que sus aguas despiden
y así no quedan presas
Sino que riegan prados, pomas, fresas…

El llano se enternece,
crece el verdor de su espejeante manto
y el aire azul se mece
y en él resuena el canto
de las aves de Dios con dulce encanto.

Yo soy el casto esposo
que amarte ansía sin comedimiento,
sin norma y sin reposo.
Alivia mi tormento
y juntos nos queramos frente al viento.

¡Ay, quién podrá sanarme
de la mortal herida de la vida
que acaba de rajarme!
¡Y ay, quién partida
me prestara su alma conmovida!

¡Atrévete tú, Tierra,
y entra en mí con las flores y los frutos
que el amor abre y cierra
por cauces impolutos
de floración sutil de sus tributos!

“Apaga mis enojos,
Amada deseante y deseada”
y véante mis ojos
toda enseñoreada
de belleza caudal en la acampada.

No hay en ti, Tierra, nada
que deje de agradarme las pupilas
y el tacto a la palmada;
nada, pues el bien hilas
y reduces el mal o lo aniquilas:

Ni “cristalina fuente”
en la que sumergir por el camino
el cuerpo adolescente,
ni “el adobado vino”,
ni la enramada cumbre al sol naciente.

También el mar es, Tierra,
parte de ti y en sus abismos hondos
La madrépora encierra
¡oh!, mondos y lirondos,
los tesoros más caros de los fondos.

Y los peces rojizos,
y los grandes delfines saltarines,
y los lenguados lisos,
y otros espadachines
que el agua escaman a sus propios fines.

Tierra florida, aguada,
mantenedora y mantenida al sol,
atiende a mi llamada
y mantén el control
de la rosa, la lila, la ababol…

¡Cuántas flores, oh Tierra
fecundadora y por demás sin freno.
Ya poco más me aterra
que verte con el heno
sobre el montón de trigo de pan bueno.

¡Ay, cómo me decías
que buen trato y amores y alabanzas
sin duda merecías!
Disculpa mis tardanzas
y colma mis deseos y esperanzas.

Y es que el cambio climático
nos puede , nos asola y desertiza
con un tiempo antipático
que la estepa cobriza
extiende  hasta la mar que el agua riza.

Ya no baten las olas
el rocoso e impávido murete
de huecas caracolas;
ya el agua no se mete
donde solía a solas en un brete.

Castaños pedernales,
nogales y olivares juntamente
han perdido a raudales
de forma evanescente
la cara que enseñaban al ambiente.

Los chopos no se empinan,
los robles lentamente enmorenecen
y los pinos declinan;
no ensabian ni ensombrecen
lo que se espera de ellos y merecen.

Amada: el ciervo puro,
la tórtola amorosa, el coatí,
el león y el canguro
ya no dan más de sí.
Mira a ver qué les pasa, y piensa en mí.

Tampoco la paloma
vuela rauda y certera por el aire
ni al palomar se asoma
con el grácil donaire
que imponía respeto y hoy desaire.

Del águila ¿qué hacer?
¿Qué hacer del lince tímido y boscoso?
¿Y cómo proteger
al blanco o pardo oso
cada vez más menguante, pero hermoso?

¿Dejaré de cantarte?
¿Te dejaré a tu suerte malherida?
¿Habré de sulfatarte?
No me respondas. Vida
te voy a dar. Te juego la partida.

Y luego, si no gano
tan alto y gigantesco desafío,
moriré como el grano
que en ti —lleno de frío—
muere pero resurge con más brío.

Adiós. Cuelgo la lira
de israelí cautivo en Babilonia.
¡Ay, por favor, respira!
¡No seas una momia!
Aun te resta y resguarda la Amazonia.


91 8470225

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