viernes, 11 de abril de 2014

Falta el vino en las bodas de Caná



Está la Virgen de boda
en Caná de Galilea.
Jesús, haciendo senderos,
por Cafarnaún se acerca.

-Nos falta vino, Señora.
¡Qué desgracia! ¡Qué vergüenza
para los dulces esposos!,
dicen los que sirven mesas.

Y tienen razón los pobres:
¡Era tan bonito, era
tan sublime celebrar
el gozo de una pareja…!

María escucha. Su pecho
se alza como la marea
del lago de Tiberíades
en las mañanicas frescas.

-Ahí está Jesús. Ahí viene…
se oye de pronto, y la espera
es cada vez más ansiosa.
-¡Si Él quisiera, si Él quisiera…!


II
Con los ojos en su Hijo,
la Virgen sale a la puerta.
-“No hay vino”, susurra y calla.
Se ha enternecido el Profeta.

-Se acabó el vino, Señor,
los comensales comentan
mientras los esposos piden 
a su Amigo una respuesta.

Jesús manda traer agua.
Luego se retira y reza.
Al poco canta en las copas
el mejor vino de mesa.

¿Qué ha pasado que los odres
son nuevos y no hay manera
de que dejen de manar
a los ritmos de la fiesta?

-No mezcléis lo que yo hago
con las tradiciones viejas.
La vida empieza conmigo,
dice el Maestro y se aleja.


III
Atardece en el adobe
como en un campo de fresas.
Jesús va en busca de Pedro:
-Tú eres mi primera piedra.

Andrés, Felipe y Santiago
familia y trabajo dejan.
Juan, el amado más joven,
le reclina la cabeza.

Hasta doce pescadores
han sido su rica pesca.
Con ellos funda y se funde
en una única Iglesia.

La Virgen no lo comprende
de momento, mas no hay queja
ni en su pecho dolorido
ni en sus labios de cereza.

Su Hijo ya es de los otros
más que de José y de ella.
En la inmensidad relucen
las niñas de las estrellas.

Por el aire de Caná,
de Caná de Galilea,
se oye el arpa de los mozos.
¡Si el arpa de David fuera!






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