lunes, 24 de febrero de 2014

Al caminante Don Antonio Machado, residente reincidente en Segovia durante los 13 años más prolíficos de su vida

Romance declamado sobre una silla ante más de sesenta poetas de todas las

Españas en el restaurante La Floresta del Duque, calle San Agustín 23 (Segovia), en

conmemoración del 75 aniversario de la muerte del poeta, ocurrida en Collioure,

Francia, el 22 de febrero de 1939 .

Esta es la crónica rimada del Homenaje que le tributó la Editorial Vitruvio en la

plaza Mayor, en el ayuntamiento, en la casa-pensión de María Luisa Torrego,

Desamparados, número 5, y en la Academia de San Quirce, universidad

popular que el catedrático de francés y filósofo andaluz fundara con el profesor

Mariano Quintanilla y el escultor Emiliano Barral, autor de su perdurable busto

en piedra rosada de Sepúlveda.

Andando van por Segovia,

la ciudad más machadiana,

hasta sesenta poetas

y el capitán que les manda:

Pablo Méndez, de Vitruvio,

editor que rompe y rasga.

Han llegado a honrar la obra,

de Antonio con sus palabras.

La comitiva se exhibe

en la mitad de la plaza,

con Juan Bravo por delante

y la catedral a espaldas.

Dan las once de un febrero

veintidós, día de gracias,

setenta y cinco memoria

de su bondad exiliada.

Unos le recitan versos,

otros saludan su estatua,

estos miran hacia dentro,

aquellos al fuero cantan,

todos van de amor unidos,

todos hablan, hablan y hablan

contándose mil historias

o sagradas o paganas,

sobre las que el tiempo cano

les depositó su pátina.

Y entretanto y en lo alto

se disparan las campanas

de la dama catedral

y quince iglesias románicas,

repicando por la gloria

de aquel que al buen Dios buscaba

entre la niebla, tentando

la eternidad de la página.

Subida al ayuntamiento:

les reciben Clara y Claudia,

mujeres de armas tener,

alcaldesa y concejala.

Terminados los cumplidos

ceremoniales del acta

de presencia, se dirigen

sobre las marmóreas gradas

a la que fuera pensión

y más que pensión, su casa,

desde la que iba al Parral

a pasear sus nostalgias,

o evocaba a Leonor,

muerta de amor aún infanta,

o en un tren tercera clase

ascendía al Guadarrama,

caminito de Madrid

donde Guiomar le esperaba.

Una corona de flores

depositan y se marchan,

pero queda foto móvil

de su estancia enamorada.

A continuación San Quirce,

la Academia que él fundara

con Emiliano Barral

y el Quintanilla de marras,

se convierte en un Parnaso

o torrente de palabras.

Bajo el ábside eclesiástico

de su popular estampa,

todos recitan acordes,

en amigable comparsa,

los versos del gran poeta

que en Mairena se trocaba,

haciendo filosofía

del agua que sueña y pasa.

Y al salir de la Academia

De la Castilla la ancha,

Campos, campos, campos, campos,

Llenos de cosechas pardas

Y de mil senderos corvos

Y de espigas empinadas

y de rocas soñadoras

con agudas barbacanas

en donde al fondo los álamos

cantan su canción de plata,

como el Duero que se adentra

hasta la mar manrricada.

Surge otra vez el poeta

de los sótanos del alma:

“He abierto muchas veredas,

he andado muchas cañadas,

he atracado en cien riberas

y he visto gentes extrañas

y pedantones al paño

que miran, piensan y callan

jugándose la existencia

como en un juego de cartas.

Cuánto laboran y sufren,

cuánto asumen, cuánto aguantan;

por unos palmos de tierra

discuten, gritan y matan.

Igual que Caín y Abel

andan a medias tasadas.

Cuando la noche desciende,

como una vela se apagan

y tienen sueños de amores

y de odios y de venganzas.

¡Ay la mi España partida

por una espina enclavada

en el corazón abierto

que rasguea una guitarra!

Y ahora lo mismo que antes

España sigue embaucada

por centauros caballeros

y sirenas escamadas.

Vamos a ciegas rodando,

la vida rueda y no cambia,

o estamos a lo que estamos

o aquí nunca pasa nada.

beben vino o agua fresca

y como los ríos marchan

murmurando su penita

siempre una reja, un arrojo,

un arrullo, una escapada,

una copla flamenquera,

un tamboril y una gaita.

Todo amor es fantasía,

también el de esta farfalla

en el restaurante Duque,

calle Real segoviana

por la que los que se empinan

al punto se resquebrajan.

Aquí se postra el juglar,

aquí el poeta se calla

como el día que en Collioure

se reclinó ante la lápida

del vate más bien nacido

que nunca tuviera España.

Murió el cantor, pero no

la canción que nos cantara,

dividido el corazón

entre la paz y la espada.

La muerte es un paso solo

a otra perdurable patria,

la de los libros, señores.

Morir por vivir es magia

que sólo los escogidos

por las Musas sobrepasan.

Brindemos, pues, en honor

de quien hoy nos acompaña:

Antonio Machado el bueno,

maestro de mis palabras.

Hasta el Parnaso subamos

nuestra copa de champaña,

que allí él, pronto que tarde,

nos aguarda.


91 847 02 25
a.sotopa@hotmail.com

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