viernes, 5 de septiembre de 2014

EL PODER inconmensurable DE LA MENTE

Estoy convencido de que la mente se puede armar y programar con la exactitud de un artefacto informático de la última generación. Yo creo encontrarme a punto de conseguirlo con la mía, hasta ahora tan indolente y displicente, que no sé si es corporal/cerebral o puramente espiritual.


Steve Job o  Bill Gates deberían echarme una mano en este artículo.



Cada día, a la misma hora y en el mismo despacho, me siento ante la cuartilla en blanco y ante la pantalla reluciente, y es entonces cuando los pensamientos me brotan, fluyen y desembocan como un turbión o torrente. Seguro que se han ido fraguando poco a poco, incluso durante el sueño de la noche  o la siesta, con derivaciones varias de lecturas, conjeturas, conversaciones e imaginaciones.



Yo pienso con palabras superpuestas como ladrillos y piedras para construir una oración. Una después de otra, como aconsejaba Azorín. Al igual que las casas, las frases u oraciones son más o menos altas o largas, anchas o estrechas, umbrosas o soleadas. Amo las que se asientan con sillares graníticos y se  yerguen como  arcos góticos o columnas salomónicas. Amo la belleza plateresca y barroca. No es que la belleza sea puramente adjetiva o decorativa, es que forma una pareja indisoluble con la sustancia o la verdad de lo que queremos expresar.


Y resulta que yo no sé qué pensar si no tengo delante un papel, un ordenador o un interlocutor semejante.
Así como se provoca científicamente la lluvia en los paisajes pasajeros, así se despiertan y lucen las ideas dormidas en el subconsciente cuando uno las excita en la conversación y la escritura. No, no salen solas; hay que abortarlas con voluntad o provocarlas con fórceps intelectual. Luego una información lleva a otra; un razonamiento conduce a otro más complejo: tesis, antítesis, síntesis, se decía antes; la síntesis o globalización es su concreción material, justo la que estoy exponiendo ahora.



Opciones y opiniones se diseminan a porrillo en el ambiente cultural y hay que saber elegirlas, según el sentido y la sensibilidad del momento personal y de la sociedad, para la que uno se explica.



Antes de hablar y escribir hay que mentalizarse a base de bien, con lecturas, observaciones y conversaciones, ya lo dije; las ideas no surgen por generación espontánea, sino achuchadas unas contra otras, de la discusión sale la luz de la inteligencia, según Platón, auténtico genio de la hermenéutica y la propedéutica en sus embrionarios y fecundos “Diálogos”.



91 847 02 25
a.sotopa@hotmail.com

1 comentario:

  1. Me gustan esos hilos de tus pensamientos: destaco, en concreto, la parte final de tu cuarto párrafo: belleza y férula formal con la idea sólida. Un abrazo, amigo Apuleyo.

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