viernes, 2 de mayo de 2014

Cuerpo a tierra

Enterradme en la finca

que cuidé de año en año.

De ella volaré al cielo

con mis pies y mis manos,

el pecho sucumbido

por el fértil trabajo,

al que entregué sudores

por vosotros sudados.

Enterradme en la finca

como el tronco de un árbol

cuya copa se llena

de frutos y de pájaros,

pues siempre estuve al cupo

de volar y ser grano;

sea su agua bendita

mi asperges más sagrado.

No necesito flores,

sólo una cruz de ébano.

Enterradme en la finca

sin cantos ni sufragios,

dormido igual que un niño

que durmiera en los brazos

de una madre ternísima

para seguir soñando.

Enterradme en la finca,

hijos míos amados

que en ella desbordasteis

vuestra niñez ufanos

persiguiendo abejorros,

mariposas y tábanos,

acuciando a los topos

listos de guante blanco,

acarreando hormigas

con pamplinas temblando,

muy pasito a pasito

con la cabeza en alto

camino del granero

para el invierno helado,

y haciendo que los tréboles

tuvieran hojas cuatro

como el amor que un día

gozamos a destajo

en esa alfarería

de arcilloso embarazo

que nos entretenía

el tiempo modelando

sobre piedras rupestres

y maderos pintados

que cercaban el reino

de nuestros sueños vanos.

Allí el cuco despierto,

allí enlutado el grajo,

allí el mirlo, la mirla,

el ruiseñor y el cárabo

os harán de las suyas

cantando al levantaros.

Despertad suavemente,

no hay que correr aciagos.

A la miel del ciruelo

repasarla despacio

como a una monedita

de dulce temblor ácido

cuando la degustéis

de la boca al estómago.

Atentos al olivo

y atentos al manzano,

atentos al cerezo

y atentos al castaño,

atentos al grosello,

al nogal casquivano

que sufre en rehacerse

como el cerebro humano,

y atentos a la higuera

recostada, no al pairo,

pues puede herirla mucho

un ventarrón de mayo

cuando se enfila el aire

fino somoserrano

por sus brevas tan breves

que no soportan daños.

El almendro es precoz,

pero grana despacio

y no más se hace duro,

maduro y coriáceo

si lo regais a tiempo

y lo mimáis en marzo.

No me queméis; cenizas

ya esparcí por el campo

para que me alimenten

en el lento letargo

que va de la inconsciencia

al eternal descanso

y porque al fin despunten

coliflores y rábanos,

lechugas y cebollas,

judías, rosas y ajos,

además de otras hondas

verduras en verano.

El membrillo no dora

hasta el otoño tardo,

pero dejarlo estar

en la rama colgado

y se hará carne gélida

de sabor soberano

previamente cocido,

batido y enlatado.

Adiós, hijos del alma

más que del cuerpo flaco.

La vida es una tómbola,

la vida es solo un paso.

Yo ya pasé, lo sé,

mas no pasé de largo.

Ahí os quedan mis huesos,

con ellos, un abrazo.


a.sotopa@hotmail.com

91 847 02 25

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