jueves, 14 de marzo de 2013

LA MUJER QUE SE ENGANCHABA AL VINO PARA CAZAR A LOS HOMBRES


Era tremendamente tímida, y sólo lograba desembarazarse de la vergüenza, que se le aposentaba como la aurora homérica de los “rosáceos dedos” en las mejillas, cuando mantenía en la mano un vaso de vino, tinto también.

Como su cara, como su sangre. La sangre  acudía sin rechistar adonde la requerían una buena cepa y una copiosa cena. Lo habían aprendido de los romanos los pobladores originarios de Sacramenia que, al igual que los  hijos de Rómulo y Remo, degustaban el néctar de los dioses para sentirse más seguros y complacientes.

Si los legionarios romanos encendían sus cuerpos de lujuria con los racimos goteantes de los banquetes báquicos, lúculos, epicúreos, epulones y anacreónticos que celebraban con harta frecuencia, y lo hacían recostados en el triclinio, lo mismo repetían, pero de pie, los sacramenienses contemporáneos nuestros.
En esa villa juntera al Duratón, río tributario del Duero dorado, tenían lugar cada año desde el dos mil dos, diversas catas enológicas gratis, exclusivas para mujeres en las bodegas del Zarraguilla, un vino fuerte y calentón que se había puesto de moda en el mercado.

Y allá que se fue a paladear ese caldo, ese néctar de los dioses, nuestra protagonista Afrodita, acompañada de un grupo de señoritas de buen vivir y mejor beber, que se autodenominaban “Las Enólogas del Parnaso”. Del Parnaso, claro, porque se creían y justificaban como musas y poetas inspiradas e inspiradoras.

 A los vinos los habían catado y cantado antes: el poeta árabe-libanés Khalil Gibrán (“Bebe, bebe, que la vida es breve”), Baudelaire (“Hay que embriagarse sin tregua para no sentir el paso del tiempo en las espaldas”), Saint-Exupery en El Principito (“Bebo porque tengo vergüenza de beber”) y una legión de escritores y poetas que, de esa suerte, componían poemas redondos. No iban a ser ellas menos. Así que Afrodita y sus compañeras se sumergieron -a partir de aquel día de la primera “cata” en Sacramenia- en las delicias que fermentaban y se aposentaban en las panzudas cubas, y empezaron a asistir también a los cócteles y “pruebas” que, lejos de Sacramenia, se expandían por la ciudad de Madrid, fuera por una presentación de libros de gastronomía, fuera por una conferencia agrícola o por un recital de temática erótica, con un vino español como remate.

Pero los canapés, Afrodita ni los tocaba; sólo empinaba las copas con el fin de guardar la línea de avispa de su cintura piconera femenina. ¿Y por qué lo hacía así? Por soltar su timidez para cazar a un hombre. ¿Lo conseguiría? Lo consiguió. Tardó, pero sí.

Vedla ahora departiendo con un apuesto y rico mozo en un céntrico hotel de la capital, incitándola a hablar:

-Hola, ¿qué tal?
-Muy bien. ¿Y tú?
-Se hace lo que se puede.
-¿Como qué?
-Vivir y beber.
-Muy bien. ¿No quieres más?
-Por querer, querer…yo qué sé. Acaso, sí. Lo que pasa es que soy tan tímida como una violeta y no me atrevo a pedir nada porque no estoy segura de lo que valgo.
-Tú vales mucho, muchacha.
-Gracias por el halago.
-No es halago, es muy atractiva su figura.
-Si usted así lo cree…
-Lo veo, lo creo, y la adoro.
-Huy, qué listo, parece Calixto.
-Y usted Melibea.
-Pues ea, ea. ¿qué desea usted?
-Casarme de una vez.
-¿Qué, qué? No sé si estaré  preparada.
-Yo la prepararé.
-Pero habré de conocerle un poco más.
-Todo lo que guste.
-Si me ama y me respeta, no lo dudaré.
-Así será.

Y se abrazaron y besaron en el tentempié.
Concluyamos. ¿Qué pasó después? Pasó, pasó…Que “se cataron”, se aprobaron, se casaron y, caprichos del querer, Afrodita se volvió abstemia de por vida, de manera que a por ningún otro vino se fue a Sacramenia ni a ningún hotel céntrico o no céntrico de la capital. Le bastó con el que le convino para quitarse la vergüenza, soltar la lengua y asirse a un hombre, su hombre… Y a las demás enólogas o enoturistas les ocurrió igual. La vida es ¡tan casual!...


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