viernes, 8 de abril de 2016

Pensión Flora, de Apuleyo Soto, presentada en Madrid

Tuvo lugar el 5 de abril de 2016 en el Colegio de Doctores y Licenciados, Fuencarral, 101, por Emilio Pascual, Santiago López- Navia y Aurora Campuzano.

AUTOCRÍTICA DEL AUTOR

Mis padres literarios de la “Generación del 98”, y entre los más amados y leídos Machado, Valle Inclán, Unamuno  y Azorín, se habrían carcajeado a mandíbula batiente al observar cómo los he puesto y dispuesto en un viaje de la periferia costera al “poblachón manchego” o “rompeolas de las Españas”, juntándolos “una noche de invierno” en la Pensión FLORA, cercana de la estación ferrocarrilera de Atocha.

También mi compadre Federico García Lorca, que dictaba unas conferencias sublimes sobre el Arte de Talía, habría brincado de emoción contemplando cómo su discípulo manejaba diestramente el verso encajado en la carpintería teatral.

La verdad es que las bondades que pueda contener PENSIÓN FLORA son más debidas a ellos que a mí, su dócil aprendiz.

Y al igual que los dramaturgos del pasado siglo, que publicaban en ABC una autocrítica en el día vesperal del estreno, voy a tratar de explicarme, exponiendo sucintamente los motivos, antecedentes y fines que me llevaron a edificar la Obra y perfeccionarla hasta el culmen.

¿Motivos? Plasmar el fin del siglo XIX, tan convulso y derrotista (por la pérdida de las últimas colonias españolas de Ultramar) como este renaciente 2016 en el que toda irresponsabilidad política tiene su asiento y sus voceros procaces.

¿Antecedentes? Mis lecturas secretas en el internado de La Salle, aquí cerca, en Griñón, donde un profesor cómplice que se había educado en Roma, me pasaba bajo cuerda y al despiste del Director  “las Divinas palabras” y “Cara de Plata” de Valle, los ensayos agónicos de Unamuno, las “Soledades y otros Poemas” del bueno de don Antonio, la trilogía de “La busca”, del impío expanadero anticlerical Baroja o “los primores de lo vulgar” que publicaba Azorín, junto a sus levantiscas “crónicas parlamentarias”. Desde entonces, desde aquella infancia recluida, mucha tinta negra y roja más ha corrido bajo mis ojos.

¿Fines? Quizá uno solo, pero nuclear, explosivo: ser el redentor de esta sociedad relativista y ambigua carente de valores como la honestidad, la honorabilidad o la verdad. El teatro es catártico o no cumple su función principal. Si además le rociamos con unas gotas de humor satírico, mezcladas con Poesía, es decir, con un lenguaje alquitarado, pues tanto mejor para el seducible espectador orteguiano.

Si yo lo he conseguido, que –perdonadme el autoaplauso- creo humildemente que sí, gracias sean dadas a los dioses del Olimpo y a las Musas del Helicón, en especial a Talía, Tersícore, Euterpe y Polymnia.

No más puedo añadir después de que Aurora Campuzano, Emilio Pascual, Basilio Rodríguez Cañada y Santiago López-Navia hayan diseccionado con su sabiduría habitual de profesores mi texto cómico-dramático, que espero ver un día expuesto en un corral nacional. Y antes que en ninguno, en el “Juan Bravo”, de mi adorada Segovia, si la Diputación lo prefiere.

(A continuación se escenificó el CUADRO V de los once que componen la Obra, actuando la actriz Ana Galisteo como una FORNARINA valleinclanesca, muy sensual, en el Callejón del Gato de los espejos cóncavos de San Ginés, de cabe suponer que el Don Ramón de las barbas de chivo se inventó EL ESPERPENTO.)

a.sotopa@hotmail.com
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