¿Por qué digo esto? Porque
es una traición a la historia, a la iglesia y a la belleza inconsútil de su
poesía el olvido en el que lo mantiene la ciudad de Segovia, que se vanagloria
de ser Patrimonio de la Humanidad, y lo es, precisamente, por conservar su
tumba entre otras altas cimas de consideración y admiración universal, como el
acueducto romano, el alcázar medieval-renacentista, la iglesia templaria
dodecagonal de la Santa Cruz, el monasterio mudéjar de San Antonio el Real, el
Parral de los antiguos Cartujos silenciosos o la Dama de las catedrales
sombreando con sus altivas ojivas y gárgolas la Plaza Mayor de su templete
musical.
Por favor, autoridades,
haced algo más por su divulgación universal. Por la de San Juan de la Cruz,
momia viviente del Carmelo de la Fuencisla, digo. Os lo agradecerán las buenas
gentes paisanas, los amantes de la poesía, los religiosos convictos y confesos,
los viajeros culturales y los turistas transitorios, que a veces no saben ni a
lo que van, pero que si lo encuentran se entregan en cuerpo y alma a ello.
Segovia es algo más que
figones, bares y mesones de cochinillo, cordero y verduras de la huerta. Es un
monumento monumental toda ella, ceñida por el Eresma y el Clamores en sones de
agua que corre, pasa y sueña como en los versos fluidos de Antonio Machado,
andaluz que nos quiso y nos habitó y enseñó en versos y aforismos para más
señas.
Si yo fuera alguien con otro
poder mayor que el de mi pluma volandera al viento de las ondas digitales, ya
lo habría puesto (al Carmelo de San Juan
de la Cruz, no os distraigas) en la cresta de la ola del turismo exquisito y
cultural, que es más abundante del que se cree. Pero soy Nadie, como dicen que
así se autollamó Ulises, el corredor de fondo de los mares al más allá de la
Magna Grecia isleña, al que adoro como viajero experimental.
Y Penélope esperándole
tejiendo sueños con linos, como nosotros ahora mismo, que esperamos que
despierten las Oficinas de Turismo de Segovia y salgan de su ignorancia o de su
pertinaz enrrocamiento en lo superconocido, reconocido y transitado, sin querer
promocionar nada más.
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