martes, 27 de junio de 2017

Los hijos: Esa herencia pendenciera



¡Ay los hijos (bien nacidos
o mal nacidos, y a cuestas
durante el trayecto al mundo
sobre las espaldas nuestras)!
¡Ay los hijos consentidos
en sus quejas y propuestas!
¡Ay los hijos que se sienten
desolados sin respuestas
al porqué de sus preguntas
en la inquieta adolescencia!
Porque cuando crecen, ay,
duros golpes nos arrean
a los padres balbucientes
de esta torpe edad moderna
por si me diste o me hurtaste
una educación de veras
en valores sustanciales
y no fijada en quimeras.
Que si yo te quiero mucho,
que si te beso y me besas,
que si estemos siempre juntos,
que si qué vida me espera,
que si tú estás a lo tuyo,
que si yo estoy en la higuera,
que vete a freir espárragos
que es que de mí no te enteras
y sé que te refocilas
y tiras de la cartera
con otros y otras no tuyos
que no sufren nuestras penas.
Contradicciones se llaman
todas estas peroreras
con las que día tras día
nos obsequian e interpelan
a los pobres separados
hinchándonos la cabeza
porque no estamos con ellos
tan juntos como desean.


Por los hijos uno da
aquello en que ellos se empeñan,
pero no lo reconocen
sino cuando están de vuelta
de las vueltas de la vida,
engañosa y cicatera.
Entonces  es cuando el tiempo
les alerta y les serena,
y pasan de sueños vanos
de perseguir las estrellas
a integrarse en el trabajo,
esa interminable rueda
que obliga a ser responsables
contra vientos y mareas.
¡Ay los hijos y ay los padres
separados por barreras
infranqueables… que son
la ingrata naturaleza,
la mutua desconfianza
y un no sé qué que es la pera!

91 8470225

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