jueves, 28 de noviembre de 2013

Figura con paisaje segoviano al fondo


Como los pintores –Rafael, Leonardo, Durero, Velázquez, Goya…- se autorretratan para la eternidad del arte, yo me voy a autoentrevistar, ante sus señorías, respetable público, para plasmar en letras uncidas lo mejor de mi cuerpo serrano y de mi espíritu.

-Comience, pues, andante caballero, me dice mi doble.  Estoy encantado de escucharle.

-Pregunte, pregunte usted, le respondo, y así nos enzarzamos los dos en uno.

-Pregunto. A lo largo de los muchos años que llevo conviviendo con usted –setenta y uno, si no me falla la fecha del nacimiento un siete de octubre de 1.942- he podido percibir y observar dos personalidades en una. ¿Es así?

-Ciertamente. Y en unión hipostática.

-Ambas formas de ser y parecer no se oponen sino que se complementan, ¿verdad?

-Verdad. Siga.

-Por un lado se muestra muy íntimo, muy silencioso, y por otro, demasiado conversador. Esto me choca.

-No tiene por qué chocarle. “Demasiado” no, bórrelo, por favor. La demasía es excesiva por definición, y no la admito en nadie, ni en mí siquiera. Amo la virtud que está en el justo medio, al igual que la “áurea mediócritas” de Horacio.

 Ha dicho usted, y ha dicho bien, silencioso y conversador, no ensimismado ni hablador o dicharachero, adjetivaciones  que no se me corresponderían. La conversación, amigo, es para mí un placer de dioses, como lo fue para Platón, pero, a la vez, sepa que me reservo más de lo que expreso, porque este hombre que habla solo, espera a hablar a Dios un día, tal cual solía hacerlo al atardecer –esa hora en la que nos examinarán de la asignatura pendiente del amor-  el caminante catedrático de francés, don Antonio Machado, por los Campos de la Soria pura o la Alameda del Parral verde-segoviana, donde se funden el Eresma y el Clamores, corrientes espirituales para San Juan de la Cruz y Teresa de Ahumada.

-Entendido. Vale. ¿Qué busca viajando? ¿Quizá el tiempo perdido, que ya elaboró Marcel Proust magistralmente? ¿Qué intenta captar y asumir?

-Me busco a mí mismo en tanto que a los demás, los prójimos. Entro en  mi casa interior más que en los palacios exteriores. Remiro la catedral arbórea de mi alma, tanto o más que las góticas y románicas estructuras de la piedra levantada en flor, o ejército de chopos que escolta y sombrea a un manantial corriente. Y todo eso, mientras voy andando o cocheando.

Recuerde usted a Rabindranath Tagore, el indio-inglés Nobel, como yo lo recuerdo. Lo escribió claro: “Me fui muy lejos para escuchar tu voz y no sabía que te tenía en la niña de mis ojos”. Yo siempre voy tras una voz, como el que atendió “la llamada de la selva”. Selva es la naturaleza transitable para mí. Pero también vuelvo. ¿No ha leído, señor mío, la leyenda de aquel granbretaño que, después de atravesar de parte a parte el mundo mundial, recaló en su país y exclamó: ¡qué bella tierra, ninguna como esta, es la más maravillosa que haya visto jamás? Pues así me sucede. Y me siento con dos huevos. 

-Quiere decir que entonces se serena, se recoge y se pone a redactar.

-Exactamente.

-Y goza doblemente del viaje.

-Exactamente. Cargado de cicatrices en el cuerpo y de experiencias en la mente, me siento rebosante como un pozo y por el brocal de la pluma o la pantalla virgen del ordenador, vierto las aguas de los conocimientos adquiridos y los sentimientos y emociones compartidos. Ya sabe: uno es uno y sus circunstancias, por orteguiano y por unamuniano.

-Por tanto, le gusta volver.

-Tanto como salir, regresar; sí, señor. Es la mezcla completa. Y contar el viaje, la excursión, el desparrame, la charla con la gente, el convivio del mesón... Si no lo cuento es como si no lo hubiera vivido, no sólo por mí y para mí sino para los otros, por los que intento accionar los cinco o seis sentidos comunes de la trashumancia: veo, huelo, aspiro, toco, pruebo y gusto.

-¿Se detiene mucho?

-Poco, pero lo suficiente. Sorbo el paisaje y el paisanaje, y a otra cosa, que mariposa volandera me considero. O pájaro. Pico aquí, pico allá. Soy incapaz de remedar a Ulises en sus largas singladuras y estancias, primero porque el mar me marea, segundo porque las Nausicas ocasionales que me encuentro en el camino no me bastan, por muy sirenas que se muestren, y tercero, porque no logro desasirme de la Penélope que siempre me espera en el hogar, ni ella me lo toleraría.

-¿A qué clase de narradores de viajes se parece el maestro y poeta?

-A todos y a ninguno. Joseph de Maistre no necesitó salir de su habitación. Salgari se “inventó”  “Tarzán” o “Los tigres de Mampracén” sin haber pisado la India, y menos la jungla; “Las veintemil leguas de viaje submarino” o “El viaje al centro de la tierra” o “De la tierra a la luna”…las imaginó Julio Verne releyendo a escritores anteriores, sin haber caído tan bajo ni subido tan alto. Y como ellos, Walter Scott, entre las brumas de Escocia; Conrad, Stevenson…o nuestros Reverte y Vázquez Montalbán. Unos se embarcaron en globos, barcos, trenes…Otros se quedaron en casita. Yo he compartido las dos cosas. Soy tan sedentario como paseante, según el humor y otras circunstancias y necesidades. La literatura es la verdad de las mentiras, lo ha explicado exhaustivamente Mario Vargas Llosa en un español llano.

-Su último libro “A lo largo del río Riaza” es auténticamente plástico, un verdadero cuadro campestre, al estilo del “desayuno en la yerba”, y se lee con soltura y placer.

-Muchas gracias, amigo, por los piropos. Dios le conserve el buen gusto. Mi propósito fundamental, cuando me enfrento al papel en blanco, es la transparencia. Y hago el mayor esfuerzo por desentrañarme para que el lector haga el mínimo esfuerzo en comprenderme. Así “el texto acaricia su intelecto”, en feliz expresión de mi amada poeta Feli Reimóndez. De manera que suelo incluir al lector en el texto, y así se ve él reflejado como en un cristal, en prosa y en verso, que se me dan por igual.

 Amo a los pintores descriptivos, que me han transmitido sus dotes de observación. En realidad, me imagino que soy un pintor con palabras. Y en vez de con trípode, me siento en una plaza o en una ribera con unas cuartillas y las delineo frase a frase. O con una casette, y me grabo silabeando casi. Las palabras tienen también peso y medida, y colores arcoiris como la paleta, y textura, imágenes, escorzos y difuminados leonardescos.

-¿Prefiere la descripción de la naturaleza, la monumentalidad, el caserío pobre, las ciudades y los pueblos, o el diseño de los personajes?

-Prefiero el conjunto variado que usted me cita. Y voy de uno a otros. Necesito cambiar. Yo, como un don Juan de la escritura, me entrego momentáneamente, por deleite pasional, a lo que tengo delante.

Yo subo a los palacios y bajo a las posadas, estoy en lo alto y en lo bajo y en lo llano…para dejar, al contrario que el Tenorio, memoria grata de mí y memoria complaciente en el lector.

-Usted es que es un afanador, Apuleyo; lo quiere todo.

-Lo quiero todo, sí, señor, para complementarme, como Teresita de Lissieux, cuya biografía me embebí en el internado frailuno.

-Así, cualquiera.

-Cualquiera, no, sino aquel que se ha preparado duramente y sigue aprendiendo día a día; vana es la tenacidad sin la perseverancia, se eduque y reciba enseñanza en colegio público, privado o concertado; del Corazón de Jesús, de las concepcionistas o las jesuitinas; de la Residencia de Estudiantes como Lorca, Juan Ramón, Dalí o Buñuel, de la Institución Libre de Giner de los Ríos o de la Universidad Popular de San Quirce, que fundara Machado. Por todo hay que pasar, haciendo “camino de perfección” al andar. Igual que la otra Teresa, la nuestra, la andariega, la Carmela calzada o descalzada, reformándonos a nosotros mismos, antes que a nuestros semejantes. Sólo podemos irradiar luz, si estamos llenos de luz. Soy un hombre, que como Diógenes, voy buscando a los hombres con mi antorcha o linterna, aunque sea pequeñita, para poder cantar con Diges en la eurovisión de lo real transformado en literatura.

-Regresando al cauce de la conversación que mantenemos sus dos personalidades, ¿no estará Segovia, la tierra de Segovia, entre sus prioridades?

-Pues claro que sí, compañero. Demostrado lo he con obras como “Por el Duratón al Duero, un viaje sentimental”, con “A lo largo del río Riaza”, acciones, pasiones y reflexiones de este viajero solitario”, hoy aquí manifiestas y a la venta, y con el relato que llevo entre manos y entre pies por “El Cega ciego”, una trilogía del agua de mi patria chica, tan húmeda y fértil como el vientre de una mujer. Y con mis numerosos romances y artículos adelantados. ¿Le parece poco?

-Nada más lejos de mi ánimo. Sé que usted se merece ser nombrado Hijo Predilecto, al menos de su pueblo natal Cozuelos de Fuentidueña, y académico de San Quirce, y Cronista Oficial de la provincia, y redactor perpetuo de El Adelantado, y hombre bueno y leal de Zamarramala…

-No se pase en los encomios, muchacho, que la vanidad me trae al pairo. Moderación, aconsejaba Cervantes, y devoto suyo me confieso. Algunas distinciones las poseo ya y a mucha honra, como la Medalla de Oro “Góngora” de la Real Academia de Nobles Artes y Bellas Letras de Córdoba o como Primer Premio del Centro Segoviano de Madrid por la novela del LXXV aniversario, “El coche de línea”, y Premio Domingo de Soto, otorgado por esa misma y amable Institución y entregado en este salón de plenos de la Diputación en 2007, sin olvidar el Premio Nacional de Difusión Cultural, concedido por el ministerio de Cultura en 1.983, o una Beca de Creación Teatral de la Comunidad de Madrid, por cuya donación pude escribir la Comedia Musical de “Los amores del arcipreste”, representada con notable éxito en el Juan Bravo. Otras honras vivas no tardarán en llegar (la Santísima Trinidad del Poder Autonómico, Provincial y Local mediante) aunque no está el horno para bollos por la crisis, ni los reconocimientos  se otorgan  a la orden del día, pues suelen ser póstumos o postrimeros en este país viejo e insensible, y aún no albergo ganas de morirme para que me depositen flores.

-Decía usted, caro Apuleyo, que Segovia es encantadora, ¿pero no es también desconocida y desagradecida?

-Párese usted, otra vez, alma de cántaro. Me la conozco como la palma de la mano y trecho a trecho, en sus noblezas y en sus mezquindades, véase Ysabel en televisión, y no voy a nombrar ninguna de las últimas, que bastante ya tiene la pobre con soportarlas.

¿Encantadora? Totalmente, de arriba abajo, de norte a sur, de este a oeste, con montañas, valles, llanuras, mesetas y parameras paniegas, hortícolas, frutales, y cochinas, vacunas y corderas.

¿Desconocida? También. Más que nada, y es pena, por sus propios habitantes. Lo resumo en una historia. Yendo por Duruelo, Cuéllar, Ayllón, Pedraza, Sepúlveda…me encontraba con extranjeros que me asaltaban y decían: ¿Y cómo esta maravilla de mudéjar y románico pueblerino no lo visitan más? ¿Por qué no se entusiasman con sus arcos, sus dovelas, sus trampantojos, sus parteluces, sus rejerías, sus balconadas, sus tejados únicos bivalvos, su gastronomía al dente, sus vinos de Valtiendas…?  Y no sabía qué responderles. Llegaban –y siguen llegando- de USA, China, Japón, Francia, Inglaterra, Italia…y quedaban –se quedan- pasmados. Como yo mismo.

Pero mire usted, caballero (y me refiero a la mitad de mi alma). Somos la dama de las catedrales, el acueducto de la historia, el Parral de la cristianía y la zarzuela, la cumbre del Guadarrama ahora nevada y goteante de manantiales, la altivez soberbia del Alcázar, los palacios de La Granja, Riofrío y Valsaín, porque los bosques son un palacio natural también llenos de gnomos… ¿Y qué? He ahí la cuestión.

Con todo y con ello, en la sobreabundancia de dones, soy partidario de los pequeños ríos que la surcan. Estoy con Fernando Pessoa: “Será muy grande el Tajo, que se abre en estuario-mar por Lisboa, pero aunque es grande es más grande el río de mi pueblo, porque es el río mi pueblo”. Pues no hay más que hablar.

-Léanos, para terminar, unos párrafos de “A lo largo del río Riaza”, libro prosimetral por el que estamos con usted esta fina noche de noviembre.

-Ahora mismo. Con la concentración y complicidad que el evento merece. Voy a meterme en sus páginas brevemente, y, luego, que los fieles oyentes opinen lo que les plazca, si no se han dormido y aburrido con nuestra charla.

-Sea así, Maestro.

-Gracias, corazón, por haberme dado la oportunidad de explicarme.



(Leo el trozo del canto de los pajarillos al salir de las Hoces del Riaza, Paso VI, páginas 78, 79, 80… y algún poemilla, como EL AGUA QUE NO CESA (pág. 84) o el soneto al marrano, página 91) 



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