Nos encontramos entre dos tapias: la del silencio abrumador sordomudo de la mayoría y la de la algarabía bullanguera, de patitas en la calle. (Y tómese la expresión por donde a uno le quepa a bien).
Los que hablan sin cesar y sin juicio propio patean el idioma oral, escrito y gestual, con grimosos modos aderezados de rabia, pancartas y pitos, y los que callan no es que otorguen, sino que no quieren saber nada de la puesta en escena. Ya alguien llegará a por ellos. ¿A rescatarlos? O a algo peor.
Así de emparedados nos vemos hoy, como el original del Lazarillo de Tormes encontrado en Barcarrota hace unos años. Y es que la verdad, dígala Agamenón o su porquero, o la diga el renunciante Papa Benedicto XVI, piedra angular y anillo pescador del Cristo, tiene muy difícil salida.
¡Ah de la casa! ¡Ábranse las puertas y los contrafuertes de la concordia!
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