jueves, 1 de diciembre de 2016

Palabras para Ana

¿Qué decir de ella, tan pegada a mí, que si bebo los vientos por ella, ella los bebe por mí?

Si el escritor escribe lo que vive y ha vivido, he aquí el magnífico ejemplo de Ana la baenense, Ana la de los patios blancos y verdes cordobeses, con sus mujeres hablando, sirviendo y costureando. Patios de naranjos, patios de arrayanes, patios del flamboyán explosivo, patios de todas las flores… enjoyadas sobre la cal quitasol.

No hay nadie que más y mejor y más largo y gracioso hable que los andaluces y las andaluzas. ¡Ojú los andaluces!

Todo está en la infancia como la gallina está en el huevo del que sale con el pollito ya piando.

Ana era esa niña pimpolla desde el vientre de su madre, esa actriz curiosísima por todo lo que ocurría a su alrededor. Luego fue su padre Antonio el que la llevaba al Gran Teatro de Baena y allí surgió su vocación. Ella, Anita, Nany,  admiraba a las comediantas, sus gestos, sus palabras, sus andares, sus tacones, sus mantillas de encaje, sus mantones de Manila, sus bucleados peinados… mientras el bueno de Antonio se contentaba, como acomodador  que era, con atisbar por el ojo de la cerradura a las vedettes que se desvestían en la salita de atrezzo, antes y durante la función, buscándose la pulga picarona entre la canal de los senos ubérneos que descubriera el chivo lascivo de don Ramón del Valle Inclán.

Si algo me atrajo a mí desde que la conocí fue ese desparpajo provocativo que exhibía sin malicia, como natural de ella misma, siendo a la par tan recatada como las hijas de la Bernarda lorquiana y acaso un poco Bernarda también, sobre todo cuando se pone a inventar sus espectáculos “trazos” dirigidos contra la violencia de género, muchos de los cuales aparecen hoy aquí, en este Nuevo Testamento que con pulcritud acrisolada le han publicado Basilio Rodríguez Cañada y su editora Verónica Vilavela en Sial/Pigmalión.

Fascinan por su frescura olorosa, por su imaginación desbordada sobre la cotidianidad, por su delicadeza en el tratamiento de los personajes, por su hondura de la psicología femenina, tan plural y escondida, por el ayuntamiento feraz y genesíaco entre ficción y realidad, bello y verdadero a la vez, a imitación de los clásicos.

Ana Galisteo es como una Teresa de Jesús andariega, siempre en la cocina, siempre entre cacharros, pero además fundando, imaginando, conversando, transverberando el entorno en el que se encuentra, con tiempo para todo por su ingenio relampagueador.

Mariángeles Cantalapiedra, la entrañable autora de “Sevilla… Gymnopédies” la ha entendido a la perfección. Pienso yo que son dos almas gemelas desde que se conocieron en Abril en Silos y se abrieron y se esponjaron como los pétalos de una misma flor, frente a un verdejo blanco de Nieva –una botella más bién- y un cigarro tras otro en la mano.

HISTORIAS DE MUJERES, un libro hermoso, sencillo y profundo que tenéis la ocasión de comprar y regalar.

Luego, anticipándonos a la Navidad, brindamos con cava en esta Casa de Cultura, el Colegio de Doctores y Licenciados de Madrid, que con generosidad nos acoge. Gracias, Aurora Campuzano. Gracias, respetable público por acompañarnos y por sentiros de los nuestros.







PALABRAS DE ANA EN AGRADECIMIENTO DE “HISTORIAS DE MUJERES”


Me siento verdaderamente emocionada y no sé si sabré responder a vuestras atenciones.

En primer lugar, Gracias a Basilio que creyó en mi escritura nada más conocerme.

En segundo lugar, Gracias a Verónica que ha soportado y respetado con paciencia infinita mis obsesiones y disquisiciones.

En tercer lugar, Gracias a Mariángeles Cantalapiedra por el apoyo que me ha dado y me sigue dando. Es una gran mujer que ya está en mi almario para los restos.

Gracias a todos ustedes que habéis desafiado el frío y el tráfico de Madrid para escuchar a esta sierva de Dios y de los hombres. Si mi pluma vale lo que vale vuestro esfuerzo, me doy por satisfecha.

Gracias a la familia, a los amigos y amigas, a los organizadores…

¡Va por hijas!

¡¡¡Gracias!!!

a.sotopa@hotmail.com
91 8470225





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