A la vuelta
de Baena, pueblo al que amo por muy diversas motivaciones, como la de haberme
emparejado en la madurez con una de sus vecinas y por la gracia de sus hermanos
los Galisteo, que se expresan de chiste en chiste, a la vuelta de Baena, digo,
me dispongo a reflexionar sobre “el señorío cordobés” del que me han dado
numerosas muestras.
El motivo,
si no el pretexto de mi visita a la ciudad del Cancionero, era asistir a una
boda familiar. Nunca vi tanta pamela floreada en la cabeza de las damas ni
tanto sombrero calañés en las manos de los hombres durante la ceremonia
religiosa del enlace. Y a la salida de la iglesia de Nuestra Señora de
Guadalupe, puñados de arroz, pétalos de rosas y capullos de claveles volando sobre la pareja. ¡Qué
mujeres de tronío con el cuerpo entallado y ajustado por ricas telas rojas,
malvas, amarillas y azules! ¡Qué elegancia de chaqués señoriales en los
varones! ¡Qué silencio callado y respetuoso el de los niños y las niñas! El
cura que los casó estuvo sembrado y sublime en su breve parlamento, ungido de
gracia y ternura. Y los cánticos del coro vibraron como las guitarras, el
órgano y los violines sobre los que se apoyaban. Chapeau.
Luego en el
banquete nupcial, celebrado en la almazara Núñez de Prado, tiraron la casa por
la ventana. Allí bailoteaban las gambas, los boquerones, las chirlas, las
angulas, los chipirones y las sardinas en aceite, servidos por flexibles
camareras que escanciaban entre la multitud de comensales sus jarras de cerveza
y sus frescas copas de fino Baena. Irrepetible. Allí fluía el verbo florido de
los caciques olivareros. Allí se despachaba el brillo rosado de los frutos
fritos del mar hasta el cielo de la boca bajo un sol de justicia aminorado por
la sombra del entoldado del patio de los y el ventalle de los abanicos de
colores.
Pero hablaba
del señorío ingenioso andaluz-cordobés que resaltaba en el ambiente, y es que
era muy grato escuchar las conversaciones gesticuladas de la gente sobre todo
lo divino y humano de la calle, aumentadas por la exquisita expresión no verbal
en la que son artífices maestros.
Discutían y
discutían con apasionamiento, pero guardando las formas y sin que la sangre del
enfado llegara nunca al río, sino que desembocara en una anécdota, un recuerdo,
una picardía que nos hacían tronchar de risa hasta las lágrimas. Eso es humor,
quien lo probó lo sabe.
¡Y cuánto
hablan los cordobeses, que no paran de cecear y aspirar algunas letras del
alfabeto, ni por beber ni por comer ni por fumar, pues son capaces de hacer
cuatro cosas a la vez y las cuatro con el señorío reseñado arriba, que es
genuino suyo.
Pero a veces
se equivocan. O se cuelan. Y entonces yerran, ya que no se puede “ser sublime
sin interrupción” como lo pretendía mi amigo vallisoletano-madrileño Paco
Umbral, tratando de imitar a Baudelaire.
Estábamos
refiriéndonos a la boda lujosa de la almazara, pero a los días siguientes me
esparcí por los bares del centro y al calor y sabor de una tostada regada con
aceite de oliva puro virgen… las tertulias seguían, del “Pellejito” al “Primero
de la mañana” y de éste al Bar Patricio, tanto en la barra como en la terraza,
donde se sucedían las copas de anís y coñac.
Gusto yo
mucho de estas tertulias a pecho abierto en las que el pueblo se despacha sobre
los políticos y los famosos, poniéndolos a parir. Y es que hay clases. En
Andalucía se notan más que en otros lugares. Y no por las envidiejas de los
pobres, que también, sino porque al faltarles el trabajo, les sobra el palique,
y de palique se tiran la mayor parte del día.
Entonces
alguien grita:
—Otra ronda
de copas para los compañeros, que paga el menda.
Y siguen
coloquiando, bebiendo, fumando y disparatando porque no hay tajo a la vista de
parte del amo del campo, que no se ha presentado y ya es muy tarde.
—Vaya usted
con Dios, se dicen uno al otro al despedirse.
Y se van tan
panchos, tras su permanente colisión de pensamientos, sentimientos e intereses.
—Hasta
mañana, se repiten y sonríen.
Y mañana
sigue siendo todavía, porque volverán a encontrarse en la barra y en la terraza
del bar de costumbre.
¡Señorío
cordobés, oh que hidalguía de hambre!
—“€n mi
hambre mando yo”, y se señala el último de la fila.
91 8470225
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