la morera
cría moras,
yo las piso
con los pies,
no me las
despacho ahora
como hacía
en la niñez.
Aquí la
tengo de frente
mientras la
escribo y describo
sobre una
mesa silente
demostrando
que estoy vivo
en este
verano ardiente
que sudoroso
recibo.
Una, dos,
tres, cuatro, cinco,
seis, siete,
ocho… ¡hasta cien!
No tengo que
dar un brinco
a la morera,
¡ni diez!,
Pues ella me
las derrama
de la rama
en haz y envés.
¿Por qué no
hincarlas el diente?
¿Por qué no
echar mora a boca?
Porque no
diga la gente
que mi boca
se equivoca
con su
dulzor prominente
manchado de
tierra poca.
¡Oh moras de
la morera,
madre
insistente y callada!
El tiempo no
es como era
allá en la
infancia soñada
de verano y
primavera
cuando la
vida arrancaba.
No hay que
estar a la que salta,
no hay
hambre igual al de entonces,
ya nada nos
sobresalta.
No corremos
por los montes,
no invadimos
las murallas,
se nos
cierra el horizonte.
La mora es
mujer, por tanto
tiene su
derecho a ser
como una
pluma volando
del alba al
anochecer,
y es que
querer es poder
mas solo de
cuando en cuando.
Moras a mí… ¿para
qué?
Moradito de
martirio
¿qué hacer
con ellas sabré?
No lo sé, ¡ay!,
no lo sé.
Por eso
prefiero el lirio
blanco de España
y Jesé.
Dejo las
moras a suerte
de un
resbalón de los pies
en los que
cabe la muerte
del derecho
y del revés.
Sostenerme y
sostenerte
es lo que yo
debo hacer.
Prolífica
siempre fue
la morera
maternal.
Pero de un
traspiés fatal
ignoro dónde
caeré.
Árbol del Bien
y del Mal,
lo cierto es
que moriré.
Como tú,
lector cabal
de estos
versos adictivos.
No
permanecen los vivos,
tenlo en
cuenta, pues se van
tras
cuidados paliativos
de los que
no volverán.
No hay vida
sin muerte,
No hay
muerte sin vida,
y esto os lo
advierte
quien da por
cumplida
su estancia
terrestre
de la que ya
se olvida.
91 8470225
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