martes, 24 de julio de 2018

La consolación de la literatura


Me sugiere mi maestro CUR que escriba un libro sobre la consolación de la literatura, parejo o semejante al de Boecio sobre “la consolación de la filosofía”.
 
—Un libro, no; no da mi cabeza para tanto y tan largo, pero un artículo sí, te lo prometo, le respondo, y me pongo manos a la obra de la redacción.

Es la literatura mi alimento vital, sustancial. Como el clásico, si no escribo o no leo, no vivo. Por la literatura crezco anímicamente, me emociono y relaciono. Tanto, que me dicen los amigos halagándome: “parece que eres un libro andante y que hablas en verso”. Cierto es. Poseo el sentido del ritmo y de la rima metido entre los dientes: un tesoro que me aflora de la garganta cada vez que me confronto con un contertulio o me enfrento a una charla o  conferencia. ¿Y por qué? Porque a lo largo de la existencia he ido rellenando el pozo de la memoria y los recuerdos se me desbordan por la boca, como sin querer, como el agua por el brocal.

Con el Arcipreste de Hita, autor del Libro de Buen Amor, conozco a la mujer y canto sus encantos y conquistas, así como sus sutilezas celestinas. Con Garcilaso se me lía el Tajo por Toledo a la cabeza y se me aparecen sus ninfas en églogas endecasílabas y sus pastoras se me transforman en seres ideales: Camilas, Guiomares, Galateas o Beatrices. En Lope de Vega aprendo el amor divino y humano de sus Rimas, y en Francisco de Quevedo —cojo y miope— reconozco la vanidad del TODO reconvertido en NADA, como le pasaba a Pepe Hierro en su inmortal poema de Nueva York. “Polvo serán, mas polvo enamorado” mis carnes y mis huesos y los suyos de ustedes mis lectores. Eso me digo en cuanto que recuerdo al prisionero de oro enrejado en León y en la Torre de Juan Abad de Ciudad Real o escucho el lamento de la avecilla del romance anónimo: “Que por mayo era, por mayo…”

Boecio, filósofo cristiano romano del siglo V, (protegido por el ostrogodo Odoacro y luego encarcelado y masacrado por orden criminal de ese mismo Emperador) escribió sus pensamientos en la prisión mientras esperaba la muerte (480-525). Y lo hizo para consolarse de la desgracia en la que había caído aquel que tanto sabía de los cambios de la diosa Fortuna: “Hoy estás arriba, mañana abajo; ayer eras feliz y reías, mañana llorarás; ahora fulge el mar en calma, al poco le removerán los enfurecidos vientos”. Y así, más o menos por este estilo, se desarrollan sus meditaciones, muchas de ellas copiadas o imitadas de Sócrates, Platón, Aristóteles y otras cabezas privilegiadas de la antigüedad grecolatina.

Traigo esto a cuento para significar que los filósofos son también literatos, quizá los más sensatos, los más profundos, pues bucean en su interior, en esa su alma eterna platónica porque nunca muere, una vez desasida del cuerpo terrenal. Y como son literatos los grandes pedagogos, en los que indago con avidez por mi profesión fundamental y vocacional, el Magisterio.

Confeccionar un buen artículo en el que brillen las ideas junto con su bella y ajustada expresión literaria, no es moco de pavo, ni menos lo es tampoco abrir la cola de la pluma con la sensatez y humildad a que tiene derecho el lector. Un artículo exige concreción, concisión y contención del/ o los contenidos. No, no hay que pasarse de líneas, so pena de caer en el aburrimiento. Más vale ahorrar palabras que dilapidarlas, por muy eufónicas o significativas que sean. Yo sigo los ejemplos de las “Glosas” de Eugenio D´Ors, las crónicas de Julio Camba y las bienhumoradas críticas de los coetáneos periodistas Antonio Burgos y Alfonso Ussía.

Por otra parte, mi cultura no es la de ellos. Mi cultura es menor, corriente y moliente; se atiene a la actualidad, les pone un pie de foto sustantivo, y se adorna y enriquece con citas de mis autores preferidos, aquellos que vivieron y plasmaron parecidas o iguales  circunstancias, ya que la historia —lo sabemos— se repite cíclicamente. De ahí la importancia de la memoria y la “educación sentimental”. ¡Qué hermoso haberlas recibido como un don y saber explotarlas en beneficio de los demás, de los otros. Para eso estoy, y muy atentamente, ya que es mi oficio de escritor, pequeño filósofo y pequeño pedagogo educador.

Diría más, pero me callo. Me callo por cortesía elemental. He sido y soy tan feliz, que no he necesitado de la consolación de la filosofía de Boecio ni de la filosofía de los socráticos, presocráticos u otros helenos egregios expandidos por todo el mundo occidental a través de los siglos. La literatura me ha bastado y abastecido suficientemente para estar ahora con vosotros al hilo de Ariadna con el que salir del laberinto en que me metí.

Y gracias mil por seguirme hasta aquí. Amén.


91 8470225

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