—¿Qué es lo
que más le gusta?
—Llamarme
como me llamo.
—¿Por qué?
—Porque
siempre quise ser como mi homónimo clásico.
—¿Lucio
Apuleyo?
—Ese, el
autor alabado de Las Metamorfosis o El Asno de Oro.
—¿Perdurará
igual que él?
—Ojalá. Para
eso trabajo y escribo. Los dioses, si
existen, que me ayuden.
—Y los
críticos ¿no?
—No. De
ellos no dependo para nada.
—¿De quién,
entonces?
—De los
historiadores de la Literatura.
—¿A son de
qué escribe la última palabra con
mayúscula?
—A que
mayúsculo me considero.
—Orgulloso,
¿eh?
—Sí. De mí
solo. Los demás no me interesan sino como lectores asiduos.
—¿Los tiene
de verdad?
—Sí, son
muchos, variados y buenos.
—Me alegro,
hombre.
—Yo también.
No podría por menos que agradecérselo.
—¿Y dónde
escribe?
—En
zoquejo.com de Segoviadirecto a diario.
—¿Satisfecho
y contento?
—A tope.
—¿No ansía recordar
sus colaboraciones en EFE, PYRESA, COLPISA?
—También,
¿cómo no, si fueron las que me lanzaron a la popularidad periodística en los
tiempos de la Transición de Suárez, Calvo Sotelo, Felipe González, Aznar y
Rajoy hasta hoy?
—¿De Sánchez
no cuenta nada?
—Hasta que
no haga algo provechoso, no lo diré ni escribiré. Me trae la pluma al pairo su
estreno de presidente por una moción de censura trasera, apoyada por los
bilduetarras e independistas de toda mala laña y condición. Por ello España
está que arde, y no lo significo porque estemos en verano, en el que sobran los
pirómanos. La Naturaleza suele mantenerse quieta hasta que no la incendian. Y
la están incendiando por un rencor que no comprendo.
—¿Quiere
expresar que no le gusta la situación en que vivimos?
—¿Vivimos,
dice usted? Ni me gusta ni me disgusta. Le falta sustancia. Le sobran cenizas.
Esto no es vida, sino malestar continuo. Aquí no hay quien viva como quiera.
Los exaltados lo controlan y enturbian todo, han asaltado el gobierno de la
sensatez, si es que alguna vez la sensatez existió en este triste aunque
grandioso país.
—¿Pesimista,
entonces?
—Pesimista
es poco. Malhumorado, hundido, perseguido, desclasado, retrasado y re-re-re-re-renegado. ¿Me entiende?
—Pues vaya,
con lo listo que me parecía usted.
—Tómeselo al
pie de la letra. Repito: Aquí no hay quien viva a sus anchas. Ya no es ancha
Castilla. Y Cataluña se apocopa en sí misma, sin nadie que ampare su exclusión
republicana del Reino de España, tutelado por Felipe VI, un caballero entero y
verdadero con más collons que el caballo del general Espartero y por supuesto
con más collons que el Puigdemont fraudulento y cabrón, que acaba de asentarse en
Bélgica tras su fuga cobarde, escondido en el maletero de un coche camuflado,
con el apoyo de los Mossos de Escuadra ante él descuadrados. (Al menos uno, su
libertador fuera de oficio, pero con sueldo)
—¡Cómo se pone,
señor Soto Apuleyo!
—Como tengo
que ponerme ante tanta indignidad nacional e internacional. ¿No está de
acuerdo?
—Me pone en
un brete difícil de aceptar, pero lo acepto, no le falta razón.
—Gracias,
hombre virtuoso, que sabe que “in medio virtus”, como deseaban los romanos del
Imperio.
—¿De qué
imperio me habla?
—Del de la
Ley, Corte suprema.
—¿Se
respetará algún día?
—Eso espero,
pero mucho me temo que no.
—Aviados
estamos, don Apuleyo.
—O sea, que
tan indignado, tan sometido y dado por el c. como yo está usted. Dejémoslo
estar, aunque perplejos. Acabáramos.
—Ya hemos
acabado, Maestro. Me callo para que sea el pueblo el que siga hablando. Eso se
llama democracia y no totalitarismo torrado, etarraerrado o eclesiástico —de
Iglesias— empoderado.
—¿Y que tengamos
que continuar así?
—Ya, hijo
mío, pero así es la vida que no es vida.
—Y que usted
nos lo recuerde cada día, hasta que encontremos, o encuentren ellos, una
solución terminal, feliz y fundamental.
—Dios le
oiga.
—Deseo, por
bien de todos, que me esté oyendo, con los ojos cerrados y los orejas abiertas.
—Seguro que
le oirá, pues barba blanca de sabiduría eterna, dicen que se le cae de la
mamola complaciente.
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