El poeta
segoviano de Fuentepelayo, avecindado en Madrid desde su juventud, Moisés Olmos
para los íntimos y los polémicos de toda laya y condición, está sembrado de
mieses líricas y más lúcido y expresivo que nunca a sus 93 doloridos años. Nos
acaba de regalar su penúltimo poemario — creo que penúltimo—, y ha querido que
se le prologue yo. Cumplo, pues, con satisfacción admirativa, un deber de
amistad mantenida a largo del tiempo. Y voy a ser sincero. Es lo menos que
puedo pagar por su combativa existencia, siempre al servicio de la verdad y la
justicia, desde que se entretenía llevando por los pueblos el cine universal
que se estrenaba en Madrid hasta que se instaló en el Centro Segoviano de la
capital como mano derecha de diversos presidentes. Su opinión había que tenerla
en cuenta, aunque no se lo manifestaran en público, por ser él quien era: un
hombre hecho y derecho, hecho a sí mismo por las circunstancias que han rodeado
su existir y caballero leal en toda regla con aquel a cuyo servicio trabajó.
Autodidacta
peleón, jamás ha abdicado de sus convicciones ni ha cambiado de chaqueta, y ha
aprendido lo que no está en los libros sino en la lucha por la vida, como Pío
Baroja, cuya insobornabilidad celebra en el Poemario que nos entrega como
testamento.
Claro varón
de la Castilla hodierna, se merece un Premio Hernández del Pulgar coetáneo que
le coloque en la Historia de los grandes hombres… y que el pueblo de nacimiento
le dedique plazas, calles, colegios o monumentos, aunque ya él se ha preocupado
de firmar su autorretrato en palabras perdurables.
Es Moisés
Olmos ese viejo olmo castellano que cantó Antonio Machado en la curva que hace
el Duero en torno a Soria, entre San Polo y San Saturio. Como a ese árbol corpulento
hendido por el rayo, le han reverdecido unas hojillas poéticas que nos dan
mucho que pensar: ¿cómo somos, qué queremos, qué seremos, de dónde venimos,
adónde vamos?
Moisés,
Moisés Olmos, que ha dedicado su vida a los demás, afirma, citando a Campoamor,
que “el amor es triste”, pero se equivoca deliberadamente porque a continuación
añade: “mas triste y todo, es lo mejor que existe”, y él en persona nos lo ha
demostrado, amando a su mujer, a sus hijos y a todo bicho viviente con el que
mantuviera controversias. ¡Y tan bien como se le han dado al jodío las
controversias! Pocos, si no ninguno, han podido callarle.
Me ha
enternecido mucho su poemario, la verdad. Y os enternecerá a vosotros, sus
lectores asiduos.
Toca todos
los temas: los viajes (Bosnia, Perú, Turquía), las costumbres (agrícolas,
ganaderas, religiosas), el folclore (musical, vestimental, literario), la
nostalgia del pasado (fuera bueno o fuera malo), su Castilla imperial añorada
(Isabel y Fernando, Carlos y los Felipes, Cortés y otros conquistadores
—segovianos incluídos—), y lo hace en muy diversas métricas y rimas, pues todas
las domina con sencillez y cercanía popular, coronándolas con sonetos al
garcilasiano modo, como el inefable que dedica a su mujer.
Leed, pues, sin
prisas esta Autovida o Automoribundia y tomad ejemplo. Tras este preámbulo,
podréis deleitaros entrando en el cogollo del bollo del bueno de Moisés Olmos.
Fiat lux, que dijo Diós, cuando al mundo y a este hombre creó.
Me quedo con
él para siempre. Me quedo con sus versos y con su modo de pensar y repensar.
¿Viejo? En él anida la sabiduría. ¿Para qué queremos más? Gracias, Moisés.
91 8470225
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