las
sapientes librerías
como momias
de papel
tristemente
sucumbidas
bajo el
magma digital
que las
mentes obnubila.
Casi nadie
las consulta,
casi nadie
las visita,
y si alguno
por descuido
distrae un poco
la vista
sobre sus
hojas caducas,
otoñales y
caídas…
se apresura
a reponerlas
sobre las
estanterías
para que
sigan durmiendo
sus sueños
de maravillas
con Peter
Pan, Garbancito,
El Mago de
Oz y Alicia.
Ya no hay
ratones lectores
que los hocicos
inclinan
para comerse
la pasta
de la
celulosa antigua,
si antes
blanca y codiciada
ahora marrón
y amarilla.
Ya no hay
libreros venales
ni clientes
que apoquinan
por leer,
leer, leer
las rayas
que les dan vida,
esas que a
bulto interpretan
diversas gitanerías.
Proliferan
los videos
en cualquier
calle y esquina;
proliferan
los portátiles
móviles de
la burrimia;
proliferan
los whatsapps
de la tonta
compañía,
compañía en
la distancia
que a la vez
les desarrima.
Librerías.
¡Ay cuán pocas
van
subsistiendo en la vía
consuetudinaria
del
ciudadano
pacotilla!
De eso trata
este romance
asonante en ía, ía,
con la
consonante puesta
entremedias
de la rima.
Librerías,
Dios os guarde
hasta ese
último día
en que los
viejos lectores
no hayan
perdido la vista
como Borges
el cieguito
91 8470225
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