jueves, 3 de octubre de 2019

Salsa pimentona

Que vuelva Jaime Campmany
desde allá donde se haya,
que quiero glosar con él
este Gobierno que falla
porque al estar en funciones
lo que hace es que no hace nada
sino tirarse del moco
contra Iglesias que le ataca
por donde más se presenta
como hombre de Titicaca:
“no te voy a dar ministros,
toma, si quieres, nequaquams”.
Que vuelva Jaime Campmany,
lengua de víbora parda,
repleto de mala leche
con sus palabras versadas
y con su sabiduría
romancera bien rimada,
porque era muy divertido
leerle cada mañana
en ABC de Torcuato
y oírle en la COPE sacra,
aquella que Antonio Herrero
con los obispos llevaba
dándole a todo mindundi
sermones de mucha gracia,
homilías clericales
y dominicales cañas.
¡Qué salero, qué bravura,
qué donosura galana
refiriéndose a Felipe,
el Isidoro de guardia,
o al Guerra de pana negra
y broncas de rompe y rasga
o al Boyer enamorado
cuando ya pintaba canas
de la Preysler filipina
en Puerta de Hierro aislada
con sus cánidos calientes
en perrera separada,
o también a la filesia
Ópera de doña Aida
y a semejantes truhanes
y a semejantes canallas
como Luis Roldán, el Jefe
de una civilona trama,
Matilde del “Póntelo”
en la pilila rosada
para que tu amante o ligue
no se quede embarazada,
Mariano Rubio, el marido
de una novelista guapa
y Gobernador de aúpa
del Banco de las Españas,
o Guillermo Galeote,
“chorizo de las finanzas”
o don Luis Yáñez Barnuevo
que se hundió con las tres barcas
que Colón echó a la mar
puntualmente replicadas,
en aquel 92
también de las Olmpiadas,
o el ministro de Interior,
que chupó de la cloacas,
el cloaco Barrionuevo
metido al fin en la jaula
después que su Ministerio
pareciera estar en Jauja.
Que vuelva Jaime Campmany,
que le quiero dar las gracias
por su humor, su inteligencia,
sus delirios, sus bravatas,
sus pomposas reticencias,
sus donosas parrafadas,
sus salmos y sus ensalmos
y sus graves enseñanzas,
con sustantivos redondos,
con adjetivos de llama,
con adverbios de soltura
nunca más imaginada
y con verbos puñeteros
como rocas o espadas,
ya que el puño lo expedía
a la más íntima entraña
de los correligionarios
de la empanada sociata
por sus apaños en tratos,
sus mentiras y mangancias.
Que vuelva Jaime Campmany,
que me lo rebozo a pachas
con Alfonso Ussía, su
mejor discípulo en plaza,
pues en La Razón, ahora,
les sigue pegando caña
a tramposos, chupatintas,
pelagatos, pelagatas
(Rahola y Colau, ejemplas),
batuecas como Susana,
párrocos como Junqueras,
banqueros cual Matamala,
niñacos como Rufián
y otras especies de marras
a las que hay que amarrar bien
porque son unas bandarras
cuatribarradas, loquillas…
dando siempre la tabarra.
La verdad es que yo siento
por Jaime una gran nostalgia,
pues queahora no se estilan
tan primorosas instancias
para desfacer entuertos
allá donde ellos se hallan.
Tendré que ser yo el escriba.
Mi Apuleyo me acompaña
y como él, que caminó
por la antigua Grecia Magna
criticando los desmanes
de las clases empinadas
—sacerdotes, brujos, dioses
y otros más de esa calaña-
tendré que hacer de poeta
en este Reino de España
y barrerle la basura
que la asola y que la empaña.
Aquí les dejo una muestra
de picantona elegancia.
Si Dios me ayuda en la empresa,
la daré por terminada
cuando se acaben las olas
de estos mares de desgracias.
Me lo pide el cuerpo sano
y el pueblo me ofrece lanza.
Haré lo que esté en mi mano,
tened en mí confianza,
que yo no os defraudaré
porque Quijote me llaman
y como él velaré
las armas de las palabras.

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