y
a su “Rapsodia española”
para
que el aire del pueblo
entre
mis renglones corra.
Lastimosamente
hablando
ya
no existen los rapsodas,
pero
yo quiero acercarlos
a
mis romances y coplas,
a
mis sonetos de amor
y
a mis silvas sonorosas
como
hicieron Lope, Tirso
y
Calderón en sus obras,
más
otros grandes autores
que
nos reseña la Historia:
Gil
Vicente, Garcilaso,
Zorrilla
y el Padre Arolas,
Bécquer
y el Duque de Rivas
o
el amado García Lorca.
Si
pongo mi voz con ellos,
sonará
más ruiseñora,
más
vibrante, más pulida,
más
ardiente, más deudora.
Aquí
van, pues, sus recuerdos
prendidos
de la memoria,
de
manera que se sumen
al
acervo que les dora.
¡Ay
poetas populares!
¡Ay
populares rapsodas!
¡Cuánto
os debe este poeta,
muchos
días, muchas horas
manejando
vuestros libros
deleitosos
hoja a hoja!
Yo
soy solo un reflejillo,
yo
soy solo vuestra sombra.
Que
mis ínclitos lectores
en
sus ojos os recojan
y
reciten vivamente
los
versos que conmocionan
entrañándose
en el alma
con
sus sonidos y aromas,
sonidos
y aromas de
infancia
libre y dichosa
en
aquellas escuelitas
rurales,
blancas, rocosas.
“Parque
de María Luisa”
de
la Sevilla de otrora,
“Feria
de Abril en Jerez”,
de
Pemán, vate rapsoda,
“El
piyayo”, que pedía
por
tangos una limosna,
“El
perro cojo”, que iba
por
la calle hora tras hora
solicitando
el cariño
de
la gente bondadosa,
o
“El niño marinerito”
que
pescó la luna roja
en
la mar ensalinada
de
Alberti el de “La paloma”.
Gracias,
Antoñito Burgos,
gracias
por esas memorias.
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