Con la
venia, Presidente.
Compañeros
de mesa.
Señoras y
señores
Estamos hoy
ante un poeta con toda la barba. Lo que se dice un vate, palabra que le sería
más apropiada, ya que los sinónimos no son precisamente exactos, no significan
lo mismo, que sería una redundancia o autonomasia, sino que conllevan matices
aumentativos o diminutivos, según y cómo. Por cierto, vate es aumentativo de
poeta, aunque no sea más que por su antigüedad frondosa y clásica. Y de ahí,
además, la barba. Una barba evangélica, a lo Wat Whitman o a lo
Yo le conocí
el primero, a sus 19 años, cuando no era más que un postulante periodista
matriculado en la Complutense.
Luego heredó
mi dirección de Recoprés, la primera agencia de prensa autonómica fundada por
el inolvidable amigo Carlos Ramos Aspiroz.
De ahí viene
nuestro reencuentro constante, en el periodismo y en la poesía.
José María hace
uso indiviso del apellido-seudónimo Triper en uno y otra, en periodismo y
poesía, pero yo sé muy bien por qué lo escribe apocopado.
Un día vino
a verme a mi librería García Lorca de Alcobendas y ahí nació su primer libro de
poemas: “Canciones para un recuerdo”, donde ya prevalecía su exquisita sensibilidad y su sentido
estimativo del tiempo.
Después
caminó solo y se fortaleció porque el chaval prometía mucho, un mucho que no
nos ha defraudado a nadie porque su reconocimiento es notorio: Premios internacionales de Literatura: Sial, Bécquer
y Zorrilla del 2014 al 2016. En esto el editor lleva su parte, y Basilio
Rodríguez Cañada debe estar contento y agradecido.
Triper parece
ambulante y despistado, pero de despistado, nada, y de ambulante menos. En todo
caso, deambulante, vagamundo, con los
ojos y la pluma abiertos y considerativos frente a lo que pasa o no pasa a su alrededor,
escribiéndolo, describiéndolo, como si le arañara y urgiera una manía
persecutoria, ejecutoria, que lleva
dentro.
El siempre
anda por la acera de al lado en busca de sí mismo, sin pose de ególatra pero
con toda la ardorosa juventud guerrera que levanta y catapulta en su espigada
figura. Una figura que suele inclinar obsequioso ante el contertulio o
dialogante de paso. Y ante la autoridad competente, por supuesto.
El
periodismo es, sin duda, la profesión que más le ocupa y preocupa, pero la
poesía la lleva asida a las entrañas más íntimas, en las entretelas del corazón.
Sin ella no sabe ni puede vivir, pues convive con ella, aunque su poesía sea un
continuo lamento de su pensar y sentir silencioso.
Pero como el
periodismo está volcado en la realidad cotidiana exterior, él se encierra en
las noches consigo mismo y busca una salida entre la niebla del pensamiento
para no ahogarse en el mar de la melancolía y los recuerdos, algunos de ellos,
sino todos, sí sentidos, verídicamente, pero también inventados.
Teatro,
teatro total, que dice que es lo que hace o monta, monologando en silencio.
Teatro, o sea, farsa, invento, realidad exacerbada, trascendida, comunión con un
público fantasmal, expectante y receptante.
El
periodismo le da pie y base, fundamento, para exprimir la vida suya y la de los
demás, como un limón levemente agrio, él poniéndose de ejemplo sustantivo y
pasivo.
Porque, por
encima de todo, es un sentimental. Un sentimental que piensa con el corazón, lo
que ya no se lleva.
Yo creo que
es el último poeta romántico de verdad, de aquellos que se pasaban toda la vida
en vela esperando no sé qué, o sí lo sé, una excreción del espíritu. Triper es
todo y solo espíritu angelino sobrevolando por encima de la rúa y de los
acontecimientos políticos, económicos y sociales. Como Bécquer, como
Espronceda, como Zorrilla, como Campoamor, Como Valle Inclán… o el paseante solitario Antonio Machado. Y es que esos y otros poetas también
escribieron en los periódicos de papel porque eran unos pajaritos que necesitaban
volar en la mente de los lectores mayoritarios y no sólo los escuchadores.
Y en medio
de esa raya que divide, pero que traspasa cotidianamente, con temor y temblor,
como andando sobre la nieve, del periodismo a la poesía y de la poesía al periodismo,
se yergue tímido y asombrado en prosas y versos.
Es,
simplemente, un hombre herido (con tres heridas vengo: la del amor, la de la
muerte, la de la vida… Así dice el poema lorquiano o hernandiano, no sé).
Triper
envuelve sus versos en un celofán de sentimentalismo propio de otras épocas, ya
dije, pero así le está diciendo a su público, a sus lectores, a sí mismo, que
así es como se debe vivir, aunque ahora no se lleve y aunque se condene al
ostracismo a los sentimentales, por inútiles, por ineficaces. ¿Hay algo más
inservible que la Poesía? El 99, 99 por ciento de la Humanidad vive tan pancho
sin ella, y eso que es una amante pegajosa. Hay que ser duro como Trump, como
Le Pen, como Pedrito Sánchez… Duro y tozudo, piensan. Pero no; de esa forma no vamos bien, si no por
un camino tortuoso, lleno de piedras de escándalo, escándalos. Están a la vista
y ante los jueces de cargo.
Al contrario
que todo esto –el corazón de bronce del mundo-, la poesía de Triper es tímida y
transparente, quebradiza y resbaladiza, casi suplicante. Lo anuncia en el
título: “Luz de gas”, luz suave, que se expande veladamente, media luz,
propicia a las confidencias; algunas de sus letras o composiciones son muy aptas
y propias para una música de tango de arrabal, que alguien preparado debería
proponerse subir al pentagrama.
Siempre una
amada innombrada detrás, o de frente, mejor, y sin ropaje retórico, puramente
limpia, apasionada, sí, pero también templada.
Su poesía está
compuesta con la dulzura con que se descorren los visillos de las ventanas,
como temiendo excederse, como temiendo molestar, con una ternura profunda que
se aleja de lo sensual, de lo exterior. Siempre va al meollo, a lo que quiere
expresar con las menos palabras posibles, sintetizando y marcando distancias insuperables
con el objeto o persona poetizados. Ya lo dije: No deja nunca de estar en sí
mismo. Es posesivo, pero de sí, no del otro o la otra.
Si fuera
pintor haría unos cuadros delicuescentes, suavemente velados, como para
imaginarlos más que para venderlos, verlos o tocarlos. Así es él. Con un respeto
imponente a todo lo que se mueve o se queda quieto, sin levantar la voz, sin
hacerse notar, como un Francisco de Asís en la selva de las flores y la selva
de los animales, amorosamente sencillo.
Expuse antes
que no es sensual, carnal… Mentí. Quería decir sucio, manchado. Porque sí que
expresa asimismo “deseos venenosos” o bajada
lenta de medias de cristal.
Se expresa
con una ingenuidad adorable, de manera que dan ganas de abrazarle después, como
harán sin duda muchas mujeres que le lean o le oigan. Quisiera conocer a
algunas yo, pero sé que es discreto, el héroe discreto, el caballero discreto,
provenzal, segoviano,…
Noto también
en sus suspiros amorosos un cierto aire medieval que podría ir acompañado de un
instrumento de esos que atesora el segoviano universal Ismael, algo así como de
jarchas o de versos de Juan del Enzina o Gutierre de Cetina: “ojos claros,
serenos, si de un dulce mirar sois alabados, miradme al menos”
Usa por eso,
quizás, preferentemente el verso corto como el del romance hepta u octosilábico
y la breve y cantarina sextilla. Ved: “Mi vida es sólo sombras/ y ecos de
silencio/ sombras sin aliento/ sombras de recuerdos” mis amores muertos/ mis
sueños despierto/ delirio inconexo/ de entrega y deseo…”
En pocos
poetas como en él se dan juntamente vida y poesía, arte y delicadeza, verdad y
belleza (Platón). La poesía ha encarnado hasta en su cuerpo, elegante aunque un
poco desgarbado, porque no le da importancia a eso.
Diría, con
la apreciación precisa y preciosa de Juan Ramón Joménez en la Anunciación del
ángel a María, que es “un trasunto de cristal, bello esmalte de ataujía” y “No
le toques ya más”, que así es la rosa”… De ahí sus poemas cortos, pero no
insuficientes.
Resultan como almendras en la boca y ya sabéis que la almendra es la sustancia concentrada, y además dulce, como adelantábamos más arriba.
Resultan como almendras en la boca y ya sabéis que la almendra es la sustancia concentrada, y además dulce, como adelantábamos más arriba.
Noche, día, amanecer,
ocaso, espera, desespera, muerte, vida,
recuerdo, olvido, soledad, silencio… son los vocablos que más repite con
insistencia obsesiva. Poeta, pues, del tiempo, del suyo y el nuestro,
existencialismo total, en definición exacta de su prologuista-analista Jesús
Fonseca.
He de
terminar porque me acompañan en la mesa presidencial otros toros bravos que
quieren salir A LA PALESTRA, al ruedo coloquial, y embestir con la palabra
prometida.
Síntesis: A
vuestra disposición… un poeta con toda la barba: José María Triper.
a.sotopa@hotmail.com
Magnifica presentación!!
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