Julián
de Antonio de Pedro, al que tres santos benditos abanderan y escoltan
como protectores ángeles guardianes, me ha encomendado que presente al
respetable público su “Gesta Capitalina”, sátira urbanística en román
paladino, referida, está claro, a Madrid, “regia urbis” y rompeolas de
todas las Españas en la que tantísimos segovianos residen, trabajan y se
miran como en un espejo de grandeza monumental y cultural.
Se
trata de un conjunto original aquilatadamente trazado y resuelto con
brillantez, lo que ya demostró en EL BRUJO DE CARRAZANZALES, EL TALLER
DE MALASAÑA Y SARA Y LA ORGÍA URBANÍSTICA DEL KM.0. Es decir que se
debate y mantiene “entre el asfalto como escenario principal y la Sierra
de Guadarrama como telón de fondo”, según sus propias palabras.
Esa
obsesión por desentrañar Madrid y ponerlo a disposición de los
ciudadanos le persigue a Julián desde que abandonó La Velilla-Pedraza
nativa y se afincó en 1971 en el Ayuntamiento de la Capital con diversos
cargos de responsabilidad sobre la administración del suelo y la
planificación urbanística de la megalópolis.
Julián
escribe derecho con renglones torcidos, Julián nos hace malabarismos y
nos deja pendientes de su magia retórica, Julián escribe con pulcritud y
precisión, con datos exactos, con opiniones fundadas y provechosas, con
un humor soterrado, sencillo, balanceándose con ironía desde el
administrativo aparejador que fue al simple y honrado peatón o
automovilista que sigue siendo consumidor necesario de las tiendas y
mercados de la urbe, así como de sus bienes culturales y sociales.
Hay que ordenar Madrid ( y no solo ordeñarlo…), afirma con retranca pueblerina.
“Gesta
capitalina” describe el maremágnum diario de los distintos barrios en
redondos octosílabos perfectamente medidos y rimados, cuya gracia a los
ojos y oídos transmite con la justeza y sonoridad inherentes a la
composición más metrificada del idioma español: el romance épico, de
venerable uso y tradición: Cervantes, Lope, Góngora, Zorrilla, Lorca,
Valle Inclán, Juan Ramón…
Y
lo que da mayor ligereza al texto o trama es la forma dialogada en que
se desenvuelve, capítulo a capítulo de los siete en que lo divide, y que
imitan los días que Dios empleó para coronar la Creación del mundo.
Puede
que la epopeya de Julián esté a la altura del “Cantar de Mío Cid”,
aunque les separe una distancia secular. El Bien y el Mal siempre
enfrentándose, siempre a la gresca, con las espadas de la demagogia
desnudas, brillantes, haciendo sangre contra el contrario. Dios y Luzbel
o Beliar y no sé cuántos demonios o diablos más que cita el autor
–Satán o Satanás, Apollyón, Belcebú, Cojuelo-… mano a mano por una cuota
de terreno nunca neutral.
El
bueno de Julián, usando la táctica de los animales en sus fábulas
humanas, juega al fútbol con la construcción de la ciudad, usa al ratón y
al gato, satiriza, regatea, lanza balones fuera, coquetea con la pelota
sin soportar a los pelotas, centra y mete gol o se sale por la banda,
da una de cal y otra de cemento armado; ensalza a uno y abate otro,
según y cómo; alaba las buenas intenciones y pretensiones de los
jerarcas en sus planes, cinco, encargados a arquitectos de notoria y
prestigiosa competencia, pero fustiga su realización mezquina, que
recorta las zonas jardineras y las de utilidad cultural y educativa.
Lo
de que los edificios “no rebasaran la copa de un sauce o un álamo”
según pedía la florida Reina Isabel II en el primer ensanche capitalino,
no se llevó a término, ni en los posteriores planes benéficos tampoco.
“Las promesas políticas se hacen para no cumplirlas”, lo dejó escrito el
“bandolero” alcalde Tierno Galván, que bendecido sea por sus
inmarcesibles bandos y bandas.
Ya
puede figurar con dignidad este vademécum, guía y crónica de Madrid
entre las más consultadas y seguidas, como “Elucidario de Madrid”, de
Ramón Gómez de la Serna (ingeniosísimo), y las obras de los
historiadores y cronistas que le han dado lustre, como Mesonero Romanos,
Amador de los Ríos, Don Ramón de la Cruz, Juan López de Hoyos, Enrique
de Aguinaga, Paco Puch, etc, etc.
Todo
sea para que los segovianos de la diáspora y los transeúntes
circunstanciales que la visitan se sientan a gusto en la capital del
Reino de España, que en un tiempo no demasiado lejano fue salvada y
recuperada por insignes paisanos.
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