Enterradme en la finca
que cuidé de año en año.
De ella volaré al cielo
con mis pies y mis manos,
el pecho sucumbido
por el fértil trabajo,
al que entregué sudores
por vosotros sudados.
Enterradme en la finca
como el tronco de un árbol
cuya copa se llena
de frutos y de pájaros,
pues siempre estuve al cupo
de volar y ser grano;
sea su agua bendita
mi asperges más sagrado.
No necesito flores,
sólo una cruz de ébano.
Enterradme en la finca
sin cantos ni sufragios,
dormido igual que un niño
que durmiera en los brazos
de una madre ternísima
para seguir soñando.
Enterradme en la finca,
hijos míos amados
que en ella desbordasteis
vuestra niñez ufanos
persiguiendo abejorros,
mariposas y tábanos,
acuciando a los topos
listos de guante blanco,
acarreando hormigas
con pamplinas temblando,
muy pasito a pasito
con la cabeza en alto
camino del granero
para el invierno helado,
y haciendo que los tréboles
tuvieran hojas cuatro
como el amor que un día
gozamos a destajo
en esa alfarería
de arcilloso embarazo
que nos entretenía
el tiempo modelando
sobre piedras rupestres
y maderos pintados
que cercaban el reino
de nuestros sueños vanos.
Allí el cuco despierto,
allí enlutado el grajo,
allí el mirlo, la mirla,
el ruiseñor y el cárabo
os harán de las suyas
cantando al levantaros.
Despertad suavemente,
no hay que correr aciagos.
A la miel del ciruelo
repasarla despacio
como a una monedita
de dulce temblor ácido
cuando la degustéis
de la boca al estómago.
Atentos al olivo
y atentos al manzano,
atentos al cerezo
y atentos al castaño,
atentos al grosello,
al nogal casquivano
que sufre en rehacerse
como el cerebro humano,
y atentos a la higuera
recostada, no al pairo,
pues puede herirla mucho
un ventarrón de mayo
cuando se enfila el aire
fino somoserrano
por sus brevas tan breves
que no soportan daños.
El almendro es precoz,
pero grana despacio
y no más se hace duro,
maduro y coriáceo
si lo regais a tiempo
y lo mimáis en marzo.
No me queméis; cenizas
ya esparcí por el campo
para que me alimenten
en el lento letargo
que va de la inconsciencia
al eternal descanso
y porque al fin despunten
coliflores y rábanos,
lechugas y cebollas,
judías, rosas y ajos,
además de otras hondas
verduras en verano.
El membrillo no dora
hasta el otoño tardo,
pero dejarlo estar
en la rama colgado
y se hará carne gélida
de sabor soberano
previamente cocido,
batido y enlatado.
Adiós, hijos del alma
más que del cuerpo flaco.
La vida es una tómbola,
la vida es solo un paso.
Yo ya pasé, lo sé,
mas no pasé de largo.
Ahí os quedan mis huesos,
con ellos, un abrazo.
a.sotopa@hotmail.com
91 847 02 25
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