En el Flos
Sanctorum
de la Santa
Madre Iglesia
figuran los
nombres
que a mí más
me enseñan
porque tengo
de ellos
sus Obras
Completas,
que son
ejemplares
de vidas
perfectas.
Leo a San
Jerónimo
y a santa
Teresa,
leo a san
Bernardo
en su
cisterciensa
Cluny
derramada
por la
tierra entera,
leo a san
Francisco
y a Catalina
de Siena,
leo al Juan
de la Cruz
que se fue
por la Alameda
del Parral segoviano
a las
orillas del Eresma,
tras el
Pastor Amado
como dócil
oveja,
leo al San
Juan de Patmos
que inclinó
su cabeza
en el pecho
de Cristo
yen su
estancia viajera
redactó la apocalíptica
y terrible
advertencia
del fin del
mundo
que de
momento no llega,
leo al
Ignacio
de Loyola,
que abreva
a Francisco
Javier,
con el que
tan bien se lleva
en el París
de la Sorbona,
cumbre de
Las Letras,
antes de que
parta a China
en su misión
misionera,
y leo a Juan
de Dios
ensu Granada
curandera,
y a otro
Juan, el de Ávila,
quecon sabia
docencia
adoctrina a
su pueblo
en la Verdad
eterna.
Como
monaguillo
de las
vinajeras,
ya intuí desde
niño
cuálseríala
senda
a seguir en mi
vida
con un libro
acuestas:
el Sancta
Sanctorum
de la Madre
Iglesia.
Leo a bastantes
más
maestros y
maestras
pero me paro
aquí
por no
abrumarcon mis propuestas.
Tomás de
Aquino
se me queda
a la diestra
cristianizando
la
filosofía
griega,
y cien Papas
y mártires
y cien
monjas profesas
y cien reyes
y príncipes
de
medievales épocas.
El Espíritu
sopla
todavía
entre rejas
en esta
España isidoriana,
bella, bella…,
de
transparentes ríos
y eminentes
cabezas.
Si os sirvió
de provecho
mi alocución
serena,
muchas
gracias, lectores,
918470225
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