pepitas de
oro,
brillantes
bailarinas
del árbol a
la flor
de la retama
que os
enrama.
No
desaparezcáis,
alígeras
abejas
fabricadoras
de la miel.
Sin vosotras
el mundo
no sería
como es,
ancho y
fructífero
en haz y
envés.
Volad
todo lo que
queráis,
pero también
cobijaros en
el panal-
panel de
rica miel.
Frío fue el
invierno,
bella la
primavera,
hojeroso el
otoño,
el verano de
arena
extendida en
la playa morena.
Tejed la red
de la
esperanza tierna
y dejadnos
absortos
viendo
vuestra tarea
de un sitio
a otro,
de la ciudad
a la aldea
polinizando
el corazón
de la floresta.
Abejas
antañonas,
no moriréis,
sea cual sea
esa
costumbre frágil
de la
naturaleza:
con la miel
en los labios
nuestras
bocas se quedan.
Aguijón
transparente,
alas de ida
y de vuelta,
quietas, un
rato quietas,
mientras el
vientre
dulcemente
os gotea
por las
paredes
de la
colmena.
Prietas,
bien prietas,
después de
libar
—lustrantes
pasajeras—
los pecíolos
firmes
de las
flores floreras.
Apicultor yo
fuera
para saber
trataros
como
merecéis, abejas,
ejemplos de
humildad,
laboriosidad,
convivencia
y
condescendencia.
No, no lo
soy,
me cuesta
despegarme
de la pereza
y a una
distancia consecuente
os observo
con los ojos
alerta.
Trabajad, trabajad,
os dice este
poeta,
que no sabe
otra cosa
que
aquilatar
poquito a
poco
este poema.
Ya os dejo,
pepitas de
oro,
dulces
abejas,
danzarinas
constantes,
miel sobre
hojuelas.
El campo es
vuestro.
Mía es la
pena
de no gozar
de libertad
918470225
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