¿Qué une a
Segovia con Baeza? La presencia de Antonio Machado en ambas ciudades y sus
viajes en tren entre una y otra a lo largo de los 13 años más fecundos del poeta,
que se asentó en la Ciudad del Acueducto como profesor de francés, tras ganar
las oposiciones. La historia y las consecuencias de esa ligazón literaria,
filosófica y amorosa es lo que voy a desentrañar en escasos diez minutos. ¿Y
por qué he redactado esta ponencia? Porque me siento identificado y clarificado
en la personalidad y poesía de un hombre eminentemente bueno.
Cuando AM
pierde a su niña-mujer Leonor en París, donde perfeccionaba la lengua de Racine
y estudiaba Filosofía con Henry Bersong, se le muere de tuberclosis en unos pocos días y él decide refugiar su
dolorido corazón en Baeza con su madre, Antonia Ruiz.
Pasados 7
años (1912-1919) es cuando arriba en tren a Segovia y se encierra en la pensión
humilde de Luisa Torrego, calle Desamparados, número 5, hoy su Casa-Museo,
comprada por la Institución San Quirce, con la que tanto trabajó y a la que el
poeta donó unos cincuenta libros para su Bibllioteca Popular Circulante en las
Misiones Pedagógicas. Eso ocurre el 25 de noviembre de 1919. Empieza pagando 5
pesetas diarias, pues su tristeza se igualaba con su penuria. Para orear y
airear su habitación en el invierno abría las ventanas, pues “hacía menos frío
fuera que dentro”, comentan los que le trataron en aquel tiempo.
“En la
tristeza del hogar golpea
el tictac
del reloj. Todos callamos”,
escribiría
entonces.
Había
descendido del tren en la estación de Palazuelos de Eresma, a ocho kilómetros
de Segovia, que ahora lleva el nombre poético de su ¿amante? Pilar de
Valderrama, o sea, “Guiomar”.
“Yo, para
todo viaje
—siempre
sobre la madera
de mi vagón
de tercera—
voy ligero
de equipaje.
Si es de
noche, porque no
acostumbro a
dormir yo
y de día por
mirar
los
arbolitos pasar,
yo nunca
duermo en el tren
y sin
embargo voy bien.
El tren
camina y camina
y la máquina
resuella
y tose con
tos ferina.
¡Vamos en
una centella!
Tan pobre me
estoy quedando
que ya ni
siquiera estoy
conmigo, ni
sé si voy
conmigo a
solas viajando”.
Su poesía de
estos momentos es íntimamente subjetivista, tanto en lo interno como en lo
externo:
He andado
muchos caminos,
he abierto
muchas veredas,
he navegado
en cien mares
y he
atracado en cien riberas.
En todas
partes he visto
caravanas de
tristeza.
Se refiere a
los paisajes (árboles, montañas, ríos…) y a los hombres y mujeres de una tierra
envidiosa y cainita: la de su país históricamente atormentado y en luchas
civiles de hermanos perpetuas por un palmo más de tierra.
Su intimismo
simbolista, a la par que real, no tenía más remedio que usar los signos
distintivos de por donde pasaba: plantas, flores, animales, valles, llanuras,
páramos. En realidad siempre fue, a pie o en tren, un caballero andante y
caminante como Don Quijote, quijote él asimismo. Y se desplaza, geográfica e
íntimante, por un compromiso humano solidario, hasta su último destino fatal,
que fue Colliure, su tumba en la que reposa.
Mi ponencia
se va a limitar a sus estancias en Baeza y Segovia y a los viajes que mediaron
entre ellas a lo largo de los 13 años que permaneció en la Ciudad del
Acueducto. Como observaréis, dos paisajes llenos de contrastes y diferencias,
vitales, ideológicas, sentimentales y geográficas: Andalucía y Castilla, dos
mundos distintos, asimilados igualitariamente por el bueno de Antonio Machado.
MADUREZ EN
BAEZA
En la
jienense Baeza, “la Salamanca andaluza”, que fue capital del Reino de Jaén
antes que la Jaén misma, asentó sus pobres reales después de enterrar con dolor
inmenso a Leonor Izquierdo en el Hoyo del Espino abulense.
Allí, aquí,
pasaría siete años de docencia, ejercida y recibida a la vez. haciendo
numerosas excursiones, solo o en compañía, por los cerros de Úbeda y Mágina y
por las Sierras de Cazorla, Segura y Alcaraz, donde más de una vez le
sorprendieron las tormentas, en búsqueda de las fuentes manantiales de su río
natal, el Guadalquivir, como lo había hecho antes por el Urbión del Moncayo
soriano-zaragozano al encuentro del niño gimiente Duero.
Escuchad su
testimonio versado:
“Heme aquí
ya, profesor
de lenguas
vivas (ayer
maestro de
gay-saber
aprendiz de
ruiseñor),
en un pueblo
húmedo y frío,
destartalado
y sombrío
entre
andaluz y manchego.
Invierno.
Cerca del fuego.
Fuera llueve
un agua fina,
que ora se
troca en neblina,
ora se torna
aguanieve.
Ya pasó
un día como
otro día,
dice la
monotonía
del reló.
Dice la
monotonía
del agua
clara al caer:
un día es
como otro día,
hoy es lo
mismo que ayer”.
Y en medio
de ese ambiente rural enrarecido y agobiador, dispara en el mismo poema su
genial y disparatado humor:
“Dios sabe
dónde andarán
mis gafas…
entre librotes,
revistas y
papelotes,
¿quién las
encuentra? Aquí están”.
Y es que ya
empezaba a perder la vista. Miopía, pues, que le llevó progresivamente a
encerrarse más y más en sí mismo para hablar con él solo, de tú a tú, antes de
hablarle a Dios un día. Muchos lo hacía. ¿Habrá vate español que cite a Dios en
sus versos más que él? Creo que no:
“Ayer soñé
que veía
a Dios y que
Dios hablaba,
y soñé que
Dios me oía…
Después soñé
que soñaba”.
EN SEGOVIA,
MÁS DE UNA DÉCADA PRODIGIOSA DE CREACIÓN LITERARIA
Llega a
Segovia el 30 de noviembre de 1999 en tren de tercera, descendiendo en la
estación de Palazuelos de Eresma, a solo 8 kilómetros de la ciudad, en la que
entra en autobús por debajo del Acueducto.
Al cabo de
unos pocos días de hotel, por resultarle muy gravoso, se instala definitivamente
en la pensión de Luisa Torrego, calle Desamparados, número 5, donde le alquila
una habitación por 5 pesetas diarias.
Ese
cuartucho o celda de viajero, en el que va a residir escribiendo y durmiendo,
le pareció a su amigo y maestro Francisco de Cossío que no era digno para él ni
comparable siquiera a “celda de cartujo o franciscano por su austeridad y
desolación”.
A partir de
ese día, después de sus clases de francés en el Instituto Mariano Quintanilla —el
único que había entonces en la ciudad— Antonio Machado se pasea las tardes por
la Alameda del Parral que atraviesa el Eresma, río espiritual por el convento
carmelita de San Juan de la Cruz, que 400 años antes también anduvo por allí
rezando y componiendo su “Cántico
Espiritual” al Amado.
Hoy únicamente
yace su cabeza en dicho convento
El
periodista Moncho Alpuente, que en ese mismo sitio tuvo casa y barca inflable,
me lo contó así un día: “Al parecer le gustaban las jovencitas púberes y de esa
manera calmaba su añoranza de Leonor”. Puede ser. Por otra parte, Machado, lo
mismo que su maestro y amigo Rubén Darío, que se casó con la campesina
Francisca Sánchez, bastante más joven que él, sentía predilección por las
mujeres jóvenes, humildes, hacendosas y vírgenes.
Nuestro
poeta se sentaba, de tiempo en tiempo, en un banco de piedra cabe el río y
fumaba, leía y apuntaba en una libreta que llevaba en el bosillo, todo lo que
se le ocurría. Ya dijimos que era muy introspectivo. Ahí veo yo el origen y
desarrollo de los aforismos y epigramas, proverbios y cantares, de Juan de
Mairena y Abel Martín, dos de sus heterónimos más populares al estilo de los de
Pessoa.
El propio
Machado dejó descrita esta manía:
“En Segovia,
una tarde, de paseo
por la
alameda que el Eresma baña,
para leer mi
Biblia
eché mano al
estuche de mis gafas,
mi volcado
balcón de la mirada”
Estos versos
permanecen grabados en el duro granito del puente central de la Alameda. El
lugar es seductor y con una vista incomparable. “Huertas del Parral, paraíso
terrenal, reza el refranero segoviano.
Luego desde
allí iniciaba lo que él mismo llamaba “el camino de su devoción”,
introduciéndose desde la periferia arbolada en el centro histórico, remontando
la cuesta arriba de la calle Real, antes de detenerse en el Gran Café Casino de
la Unión, en cuya tertulia le sorprendió frecuentemente “Cándido”, Mesonero
Mayor de Castilla, que nos legó este apunte pintoresco en sus Memorias: “Era un hombre desaliñado, mal
vestido y con aspecto de pobre hombre, muy poco hablador, nunca exaltado y
distraído a más no poder. Solo, siempre sin una queja ni un mal gesto, un poco
triste. Pedía el café y se ensimismaba, pensando o escribiendo en la mesa de
mármol”.
Los
tertulianos que le acompañaban se llamaban Barral,
Antes que
Cándido, ya el modernista poeta Francisco Villaespesa le había retratado en un
bosquejo semejante:
“Sobre el
verde diván arrellanado
indolente
está Antonio Machado,
que con su
rictus grave, adusto y serio
de Padre
mercedario,
devora en un
diario
líricos
ditirambos a la Imperio” (una gitana).
Ya de noche
cerrada, tras unos pocos bamboleantes pasos, con ambas manos en el bastón y con
el inseparable gabán agujereado de matadura de tabaco, se encerraba en la
pensión hasta el día siguiente, durante 13 monótonos y repetidos años.
Salvo los
feriados, claro, que se bajaba a Madrid para charlar con Unamuno, Azorín, Azaña
o Valle-Inclán y encontrarse secreta y discretamente en algún café con Pilar
Valderrama, su poética diosa “Guiomar” que como tal la trataba.
Como anotó:
“Despacito y
buena letra,
que el hacer
las cosas bien
importa más
que el hacerlas”.
LA
MISTERIOSA RELACION CON GUIOMAR
La relación
poética y ¿amorosa? con Pilar Valderrama es misteriosa, pero algo, muy positivo
para los dos, podemos indagar y aventurar. Pilar fue discretísima hasta en sus
Memorias, publicadas ya con un pie en el estribo de la muerte (1981).
Simplemente reafirma esos contactos en Madrid y que ella fue la que inspiró las
“Canciones de Guiomar”. Más que de Antonio, pues, pudo estar enamorada de sus
poemas. Eso ocurre frecuentemente en las “fans” de los poetas. A mí mismo me
ocurrió con mi primera mujer, que se enamoró de “Doña Noche”, mi primera farsa
infantil ( ver en editorial Fundamentos) cuando se la leía en las praderas de
La Florida en mi juventud periodística.
El de
Antonio y Pilar resultó, por tanto, un “amor platónico”, razonable, sin carne
ni hueso que palpar, ni por parte de él ni por parte de ella.
Se reunían
en un café madrileño semanalmente —de lo que hay testimonios fotográficos— y
también en Segovia en el hotel Comercio, en el que ella se alojaba por motivos
de salud y en el que empezaron a conocerse y a leerse poesías mutuamente. De
hecho Machado se la recomendó encomiásticamente a su maestro y amigo Miguel de Unamuno,
por entonces ya Rector de la Universidad de Salamanca, la “maravilla de piedra
blanca”.
En los
bocetos pictóricos que se conservan de esos encuentros, siempre aparece Machado
con sombrero, sujetando el bastón con ambas manos, una encima de la otra, y son
tan indicativos de su modo de ser y estar como los que le presentan en el
exterior con un paraguas, al estilo de Azorín.
De ese forma
lo imaginé yo también cuando dramaticé con los personajes de la Generación del
98 en “Pensión Flora” (Editorial Sial-Pigmalión) un primer encuentro de esos cachorros
ambiciosos que acudían en tren a la estación de Atocha, para revolucionar el
periodismo y la literatura, desde “el rompeolas de todas las Españas”
periféricas.
Y hablando
de teatro debo añadir que Antonio le escribió y dedicó a Pilar Valderrama “Lola”,
(no “La Lola se va a los puertos”), de la que ella se sentía tan orgullosa como
susceptible. Vamos, que ni ella se creía que pudiera ser protagonista de nada.
Por entonces
(1927) ya había sido propuesto por la intelectualidad segoviana como Académico
de la Lengua, lo que dio ocasión a que
Pilar le reprochara su haraposa indumentaria, en nada correspondiente con el
noble nombramiento que le acababan de hacer. Al final, no tomó posesión de su
sillón V, por no terminar el discurso protocolario de ingreso y del que nos
queda un simple Proyecto sin corregir.
Vienen bien
al respecto los poemas que le dedicó:
“Perdona,
madona del Pilar si llego
al par que
nuestro amado florentino
con una mata
de serrano espliego,
con una rosa
de silvestre espino…”
y con
“No sabía
si era un
limón amarillo
lo que tu
mano tenía
el hilo de
un claro día,
Guiomar, en
dorado ovillo.
Tu boca me
sonreía.
Yo pregunté
¿Qué me ofreces?
…………………………………………….
Y…
“En un
jardín te he soñado,
alto,
Guiomar, sobre el río,
jardín de un
tiempo cerrado
con verjas
de hierro frío”.
………………………………………
“En ese
jardín, Guiomar,
el mutuo
jardín que inventan
dos
corazones al par
se funden y
complementan.
(Uno: mujer
y varón,
aunque
gacela y león,
llegan
juntos a beber.
El otro: No
puede ser
amor de
tanta fortuna:
dos
soledades en una,
ni aun de
varón y mujer)
…………………………………….
“Siempre tú,
Guiomar, Guiomar,
mírame en ti
castigado,
reo de
haberte creado,
ya no te
puedo olvidar”.
Todo amor es
fantasía,
él inventa
el año, el día,
la hora y su
melodía;
inventa el
amante y, más,
la amada. No
prueba nada
contra el
amor, que la amada
no haya
existido jamás”.
En ese jardín
de la pensión segoviana continúa recibiendo a los turistas que se adentran en
su Casa-Museo. Y los recibe como le plasmó Emiliano Barral y que el vate
poetizó:
… “en una
piedra rosada
que lleva
una aurora fría
eternamente
encalada
con agria
melancolía,
y, so el
arco de mi ceja,
dos ojos de
un ver lejano,
que yo
quisiera tener
como están
en tu escultura:
cavados en
piedra dura,
ILE DE GINER
DE LOS RÍOS Y MISIONES PEDAGÓGICAS DE LA II REPÚBLICA
“Enseñar y
divertir a la vez a las poblaciones rurales” fueron los propósitos del creador de
las Misiones Pedagógicas, el ministro de Instrucción Pública de la Segunda República
(1931-1936) Marcelo Domingo, bajo el gobierno de Niceto Alcalá Zamora, nacido
justamente al lado de Baeza, en Priego, y en ellas se enrolló Antonio Machado,
especialmente en la sección teatral, de la que era gran conocedor y ejecutor
por sus conocimientos escénicos adquiridos en la Compañía de María Guerrero y
Fernando Mendoza. Él seleccionó desde Segovia, con otros intelectuales como
Alejandro Casona, las obras que habrían de representarse en los pueblos y
aldeas semianalfabetos (más del 44 % y el doble entre las mujeres), empezando
por Toledo, Soria y Segovia. No podía faltar, evidentemente, La Barraca de
Federico García Lorca ni los ingenuistas Gil Vicente, Lope de Rueda, Lope de
Vega, Quevedo y el Cervantes de los entremeses.
Es en esta
tesitura de la Institución Libre de Enseñanza, en la que se había formado y de
la Universidad Popular de San Quirce, con la que se involucró como socio
fundador y conferenciante asiduo, en las que desarrolla su imponente labor
social sobre las clases desfavorecidas. ¿Testimonios? La evocación del
Guadarrama en la elegía a su maestro Giner de los Ríos y su implicación en la
República, la que proclamó “emocionado hasta las lágrimas”, según la carta que
le dirigió a Unamuno:
A Giner lo
despidió así, cuando ya se consideraba “un triste y pobre/ filósofo
trasnochado”:
“Los muertos
mueren y las sombras pasan,
vive quien
deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques,
sonad!; enmudeced, campanas!
¡Oh sí,
llevad, amigos,
su cuerpo a
la montaña,
a los azules
montes
del ancho
Guadarrama”.
De Segovia
pasa (1932) definitivamente al Instituto San Isidro de Madrid, y de Madrid
(febrero de 1939) al cielo de Colliure, de dónde aún no ha vuelto, pero sigue
entre nosotros con su poesía humana y verdadera.
BIBLIOGRAFÍA
CONSULTADA
Introducción,
notas y Obras Completas de Antonio Machado, publicadas por Oreste Macrí en RBA-Instituto
Cervantes, 1989. Y Wikipedia.
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