sin plantas
ni pajaritos,
cada día más
ausentes
de parterres
y edificios.
Y mira que
nos mimaban
como puros
angelitos
alzándose
sobre el campo
o
magreándose el pico
picoteando a
lo loco
bichos y
granos de trigo.
Se acabaron
sus perfumes
y sus
volandas en giros
hacia un
cristal —¡tontorrones!—
o a un árbol
a hacer el ndo
para que en
la Primavera
salieran sus
hijos vivos
del cascarón
de los huevos
que les
servían de abrigo.
Nos vamos
quedando solos,
y aquí pongo
por testigos
a pajaritos
y plantas,
pero hay
muchos más perdidos.
Hay reptiles
que no reptan,
batracios en
el asilo
de las aguas
cenagosas
sin comida
ni respiro
y águilas
que de lo alto
en que
habitan se han caído,
y mariposas
y abejas
que
abandonaron su oficio
de libar y
repartir
polen por el
mundo en vilo.
¿Cambio
climático? Sí.
Entre el
calor y entre el frío
hay una
guerra continua…
y entre los
hombres lo mismo.
¿Vamos a
seguir dejando
su solución
al político?
No, por
Dios, que de ninguno
de todos
ellos me fío.
¿Qué hacer
entonces, señores?
Pues
regresar al principio:
permitir que
se derramen
918470225
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