no alcanzo como poeta,
voy a compartiros hoy
el Cántico de la Tierra.
Vaya en liras a su estilo
y luego me decís qué
es lo que más os gustó
y lo que esperabais de él.
¡Oh Tierra,
Paraíso
del sapiente
habitante alucinado
que
plantarse en ti quiso,
dime si yo,
cuitado,
podré asirme
a tus brazos descuidado!
“Los ríos
sonorosos”
me obligan a
seguirte tramo a tramo
aunque sean
costosos,
y eso es
porque te amo
y acudo
velozmente a tu reclamo.
Las montañas
inciden
en las nubes
volantes y traviesas
que sus
aguas despiden
y así no
quedan presas
Sino que
riegan prados, pomas, fresas…
El llano se
enternece,
crece el
verdor de su espejeante manto
y el aire
azul se mece
y en él
resuena el canto
de las aves
de Dios con dulce encanto.
Yo soy el
casto esposo
que amarte
ansía sin comedimiento,
sin norma y
sin reposo.
Alivia mi
tormento
y juntos nos
queramos frente al viento.
¡Ay, quién
podrá sanarme
de la mortal
herida de la vida
que acaba de
rajarme!
¡Y ay, quién
partida
me prestara
su alma conmovida!
¡Atrévete
tú, Tierra,
y entra en
mí con las flores y los frutos
que el amor
abre y cierra
por cauces
impolutos
de floración
sutil de sus tributos!
“Apaga mis
enojos,
Amada
deseante y deseada”
y véante mis
ojos
toda
enseñoreada
de belleza
caudal en la acampada.
No hay en
ti, Tierra, nada
que deje de
agradarme las pupilas
y el tacto a
la palmada;
nada, pues
el bien hilas
y reduces el
mal o lo aniquilas:
Ni
“cristalina fuente”
en la que
sumergir por el camino
el cuerpo
adolescente,
ni “el
adobado vino”,
ni la
enramada cumbre al sol naciente.
También el
mar es, Tierra,
parte de ti
y en sus abismos hondos
La madrépora
encierra
¡oh!, mondos
y lirondos,
los tesoros
más caros de los fondos.
Y los peces rojizos,
y los
grandes delfines saltarines,
y los
lenguados lisos,
y otros
espadachines
que el agua
escaman a sus propios fines.
Tierra
florida, aguada,
mantenedora
y mantenida al sol,
atiende a mi
llamada
y mantén el
control
de la rosa,
la lila, la ababol…
¡Cuántas
flores, oh Tierra
fecundadora y
por demás sin freno.
Ya poco más
me aterra
que verte
con el heno
sobre el
montón de trigo de pan bueno.
¡Ay, cómo me
decías
que buen
trato y amores y alabanzas
sin duda
merecías!
Disculpa mis
tardanzas
y colma mis
deseos y esperanzas.
Y es que el
cambio climático
nos puede ,
nos asola y desertiza
con un
tiempo antipático
que la
estepa cobriza
extiende hasta la mar que el agua riza.
Ya no baten
las olas
el rocoso e
impávido murete
de huecas caracolas;
ya el agua
no se mete
donde solía
a solas en un brete.
Castaños
pedernales,
nogales y
olivares juntamente
han perdido
a raudales
de forma
evanescente
la cara que
enseñaban al ambiente.
Los chopos
no se empinan,
los robles
lentamente enmorenecen
y los pinos
declinan;
no ensabian
ni ensombrecen
lo que se
espera de ellos y merecen.
Amada: el
ciervo puro,
la tórtola
amorosa, el coatí,
el león y el
canguro
ya no dan
más de sí.
Mira a ver
qué les pasa, y piensa en mí.
Tampoco la
paloma
vuela rauda y
certera por el aire
ni al
palomar se asoma
con el
grácil donaire
que imponía
respeto y hoy desaire.
Del águila
¿qué hacer?
¿Qué hacer
del lince tímido y boscoso?
¿Y cómo
proteger
al blanco o
pardo oso
cada vez más
menguante, pero hermoso?
¿Dejaré de
cantarte?
¿Te dejaré a
tu suerte malherida?
¿Habré de
sulfatarte?
No me
respondas. Vida
te voy a
dar. Te juego la partida.
Y luego, si
no gano
tan alto y
gigantesco desafío,
moriré como
el grano
que en ti —lleno
de frío—
muere pero
resurge con más brío.
Adiós.
Cuelgo la lira
de israelí
cautivo en Babilonia.
¡Ay, por
favor, respira!
¡No seas una
momia!
Aun te resta
y resguarda la Amazonia.
91 8470225
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