Los mares y
las tierras usamos a barato.
Los cielos
ya no caen encima del asfalto
y el asfalto
se colma de polución al canto.
Tiemblan los
ciudadanos, tiemblan los verdes álamos,
y por más
que clamamos, clamamos y clamamos,
se instala
entre nosotros el derroche climático
que torna
los vergeles en desiertos impávidos.
No puede ser
que el mundo se vaya boca abajo
con los
peces comiéndose lo que nos dan abasto
después de
resurgir tras redes y trasmallos
sin lograr
respirar… prácticamente ahogados.
¿Qué será de
los grillos, los sapos, los galápagos,
las ranas,
los mochuelos, las sierpes y los cánidos,
los túnidos,
los pícnidos, los valvos, los crustáceos,
los linces
redivivos, los lobos asustados?
Si los
hombres no pueden o no saben cuidarlos,
¿qué será de
los ríos torcidos y enfangados,
qué de los
montes híspidos, qué de los altos páramos,
qué de los
valles fértiles y los huertos labrados?
Estamos
habitando un planeta de plástico:
de plástico
los frutos, las flores, sus encantos,
de plástico
los bolis, las plumas y sus cascos,
de plástico
las redes de los tuits informáticos…
Y es que nos
destruímos y nadie estará a salvo
de la
exterminación de los seres humanos.
Fin de ciclo
y de historia, fin de todo. Me callo.
91 8470225
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