la barba
canosa y el cutis tostado,
con el boli
enhiesto y un librillo en blanco
pasa que te
pasa por la calle abajo
camino al
quiosco desde su despacho.
Lleva una mochila
colgando del brazo.
Poeta lo
llaman los niños del barrio,
poeta lo
llaman los viejos cansados,
poeta lo
llaman los jóvenes guapos,
poeta lo
llaman hasta los borrachos.
¡Poeta!
resuena sobre el empedrado,
¡poeta!
resuena contra muros altos,
¡poeta!
resuena como un eco largo
que en el
aire azul se va dilatando.
Poeta del
pueblo sencillo y honrado,
poeta de
versos libres y sonámbulos,
poeta a
raudales, poeta a diario,
poeta a la
lumbre del amor rimado.
Como Lope,
dicen todos a su paso,
como Campoamor,
como los Machado,
como los
Quintero, los rubendarianos,
los
Frayluises monjes y los Garcilasos.
Y él sigue
su marcha sin verse endiosado
por la buena
gente que muestra entusiasmo…
a por el
periódico, su pan cotidiano
para enriquecerse
de historias y datos.
El guadaliseño
de los ojos claros,
que ve más
que nadie, que es listo y osado,
que anda con
un libro sabio entre las manos,
que va calle
arriba, que va calle abajo…
sonríe y
deslíe su risa en el campo
haciendo la
vía desde su despacho
al café
caliente, con la mente a pájaros.
Palmas para
él y los que a sus salmos
se acogen
gozosos, leyéndole a trazos
y oyendo las
rimas que rima enmusado
por el monte
Olimpo, monte de los bardos.
Allá en la
cantina del pueblo embriagado,
durante la
infancia del hogar temprano
ya se
señalaba —¡gran honor a Baco!—
como
juglarcito sin armar escándalo,
y desde la
barra de vinoso mármol
recitaba
versos a los parroquianos,
de Bécquer,
Zorrilla, Neruda, Don Álvaro…
que había
aprendido con Don Juan al lado,
— insigne
maestro, diestro literato—,
que un día
en la escuela le dijo: “Muchacho,
tú vas a ser
grande, porque lo he soñado”.
Y lo fue, o
parece, porque lleva el canto
popular y
antiguo a boca de labios
derramando
coplas a los ciudadanos.
91 8470225
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