Estoy
hablando de José Manuel Prado- Antúnez, autor reciente de “La vida en sus
rodajes”, libro endemoniadamente lírico que deja al crítico k.o y al más listo
de los lectores exhausto y descangallado. Se salta casi todas las normas de la
expresión y la corrección retóricas clásicas e impone su propia voz, tan áspera
como tierna, tan sibilina como sugerente, tan brillante como opacada a veces,
tan inmisericorde como cordialísima. Yo me quedo pasmado tratando de
desentrañarle. Si uno no le conociera ya bastante, no le admitiría esas
continuas travesuras o traiciones a la lengua madre, no le admitiría en el club
de los poetas vivos, no le permitiría esos juegos malabares y de ruleta rusa
tan peligrosos, pero como sí que le conozco en el hondón del alma desde joven,
no solo le perdono y disculpo sino que aplaudo sus paranoicos desvaríos
literarios, llenos de contrastes.
Prado-Antúnez
se entrega tan condensado que no excluye ninguna de sus vivencias y
experiencias, invadidas todas ellas de cinemascope, música, filosofía, realidad
y ultrarrealidad, verdad y posverdad (la verdad de las mentiras) . Y lo hace
con un humor muy serio, ácido, agridulce y corrosivo y con una pátina de
brochazo brutal, grande, compulsivo, íntimo e intuitivo.
Posee este
poeta un cerebro populoso de imágenes burbujeantes que se estrellan en nuestra
propia cabeza. Retuerce el poema, lo sublima o lo degrada en la misma línea y
no para de darnos qué pensar. Es un torrente imparable, excesivo, desbordante
de ideas y sentimientos. Crea vocablos, o resucita los ya caídos en desuso, los
distorsiona, los entromete con calzador
de urgencia en los versículos como si fuera un pirata verborreico al que la
lengua no le cabe en la boca... y se queda tan pancho, abriendo y explorando
los nuevos senderos del idioma, hoy demasiado cruzados, mezclados, surtidos y
pervertidos.
Aliteraciones,
hiatos, retruécanos, sinécdoques, metáforas, metonimias… los espolvorea por
doquiera del poema y nos estallan en los ojos con su fulgurante tratamiento y
encabalgamiento. Pulveriza los lugares comunes, violenta u olvida la
puntuación, cambia el sentido de las frases, nos mantiene en suspenso adrede,
él es él con muy pocos más, como Carlos Edmundo de Ory o Tristán Tzara.
Deteneos en
estas muestras al desgaire: “Lluvia de ardillas”, “pezón de golondrina”, “gota
de viento”, “éxodo efusivo”, “cáliz de atraques”, “deambulo manchadas las
calles de sangre o champaña”, “amén meo”, y así hasta el infinito del poema y
más allá. ¿No son figuras o figuraciones para alucinarse? Alucinado me ha. Y
después de releer cuatro o cinco veces “La vida en sus rodajes” (Vitruvio
ediciones) sigo en estado catatónico. Pero supremamente agradecido por haber
descubierto y confirmado a un poeta nuevo, distinto, verdadero: José Manuel
Prado-Antúnez, entreverado de vasco, gallego y castellano.
No resulta
fácil de leer ni de comprender, pero… ¿de cuándo a acá hay que comprender a la
poesía para saborearla? La Poesía es mujer y se entra en ella a través del
amor, no del entendimiento. Ninguna mujer se siente nunca del todo comprendida,
ni falta que hace. ¡Oh Poesía! ¿Y qué es Poesía? “Una mezcla de rosas y
bombones”, dijo alguno. Una musa casquivana y caprichosa, una Venus divinamente
soberana, una Miss Mundo embellecida con los retoques de la cirugía plástica a
la que se le transparenta el alma, digo yo. OK.
Ética,
estética y moral las funde y disuelve a la vez este mago diabólico de la
escritura estrambótica llamado José Manuel Prado (sembrado, florido) y Antúnez.
Postista,
dadaísta, surrealista, krausista, picassiano… yo qué sé. Quizá Caballero Bonald
sabría auscultarle y analizarle (O atizarle y anatematizarle, pues muy mal genio
se gasta en sus ensayos con los vates que no le gustan).
Lo escrito,
escrito está, y lo repito hasta la saciedad. Me siento impotente de sujetar,
parar, templar, encasillar, domesticar… a este fogoso caballo desbocado o
hipocampo. Es diferente, es único, como el precipitado total de las vanguardias
que le han precedido, leídas o engullidas. Ácrata, que es un ácrata
irredimible. El caso es que está aquí, con “La vida en sus rodajes”, que un
arriesgado editor, y poeta asimismo, Pablo Méndez Jaque, ha puesto en la cresta
de la ola de Ediciones Vitruvio.
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