Todos los
años, desde hace ya veinte, releo por estas fechas la bella narración
fantástica AMAHL Y LOS REYES MAGOS, de Carlo Menotti, en la versión de mi
añorada Aurora Díaz-Plaja (Editorial Lumen, Barcelona). Es un deseo
obsesionante del que no he logrado librarme, y menos ahora que una morita de
cinco años, que habita en el mismo portal de mi casa, lleva ese nombre y se
sabe mis versos.
La historia
de ese soñador cojito, con su tosca muleta y una flauta, que no puede correr ni
saltar... me enternece. No tiene más compañeros de juegos que “un gato, siempre
hambriento, y el gorrioncito encerrado en la jaula”, y para ellos y unos
compañeros pastores toca, poniendo una emoción especial cuando contempla el
cielo y las estrellas, que empiezan a brillar encima de las colinas. Y más aún
cuando descubre la Estrella de Oriente que guía a los Magos a Belén. Eso, ya…
(Pero no sigo)
Llamadme
ñoño, anticuado, infantil… pero qué ternura, qué idealización, qué
sumergimiento en la psicología de los niños y las madres. Con este
libro-tesoro, con la lectura de “Amahl y los Reyes Magos”, se da uno por
satisfecho y bien pagado y querido, aunque los zapatos expuestos al rocío de la
noche en el balcón no contengan nada más a la mañana siguiente.
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