somos
patrimonio vivo
de este país
de conejos
en el que
nos resistimos
con cachava
o sin cachava
a subir al
Paraíso
que nos
prometen los dioses
en los más
sagrados libros.
¡Quién tuviera
la ventura
de
permanecer un siglo
en esta
tierra redonda
aun con
dolores continuos
de cabeza,
de clavículas
y de nervios
astifinos!
¡O de
piernas y de brazos,
de manos y
de testículos,
de cuello en
las cervicales,
de muelas y
de caninos,
de rodillas
y de espaldas,
de pies
planos femeninos,
de caderas
fragilísimas
o pompis
alicaídos
que apenas
ya se sostengan
sobre los
huesos asidos,
para tomarse
un vermú,
una cerveza
o un vino,
unas ostras
en vinagre
y unos
calamares fritos,
alguna
ginebra fría,
algún
Roquefort riquísimo,
cierta
variedad de olivas,
cierta piel
de cochinillo,
un jamón de
pata negra
(zamorano o
salmantino),
unos churros
en las ferias,
unas carnes
de membrillo,
o
cualesquiera otra tapa,
ración,
medianoche o pincho
que el
camarero disponga
a nuestro
gusto y capricho.
¿Se os hace
la boca agua
oes saliva lo
que digo?
Por poder
saborearlo
más veces,
lo dejo escrito.
Y cómo no,
viajar mucho,
vadear los
frescos ríos,
ascender a
las montañas,
pasar por
valles umbríos
y llanuras
apaisadas,
bailar en
pareja o tríos,
beber agua
en manantiales,
montar
caballo o pollino,
ver cómo
vuelan los pájaros
y crecen los
arbolitos,
ver, ver y
no sosegar
hasta llegar
a ese sitio
en que
naciste temblando,
en que
jugaste de niño,
en que tus
padres y abuelos
te dieron
pan y cariño
a la puerta
de la casa
solariega,
donde el lirio,
el clavel y
el malvarreal
perfumaban
el estío,
aquel estío
de entonces
que llegaba
al “veranillo
de San
Miguel y tú, tieso,
te espigabas
como el trigo.
Ha pasado
mucho tiempo
pero seguimos
unidos
como la
leche y la nata,
como la
breva y el higo,
como la rama
y el árbol
que se la
sostiene en vilo
hasta que el
otoño llega
y la pinta
de amarillo
antes de que
caiga al suelo,
que es ya su
fatal destino
para ser
pisada y ser
imagen del
equilibrio
entre la
vida y la nada,
o sea,
nosotros mismos.
Gracias,
gracias, concurrentes.
Gracias,
gracias, abuelitos,
por
escucharme en silencio.
Si habéis
soñado conmigo,
si habéis
descansado un poco
y si bien
habéis comido,
Dios y El
Junco… que os recojan
y que yo sea
testigo
el Año Nuevo
que viene
trotando
como un potrillo.
Por vosotros
y por mí,
alzad la
copa, sin ruido,
pensando que
hay otra vida
pero en esta
estamos… ¡VIVOS!
Sigamos como
Noé
después del
Diluvio sido,
e igual que
Matusalén,
lo mismo que
Jesucristo
que cada año
nos nace
en un Belén
redivivo.
La Religión
nos mantiene
en cuerpo y
alma reunidos.
Bendita la
Religión
y amén por
todo lo dicho.
Otra copa si
no es mucho
el alcohol
embebecido.
Por vosotros
nuevamente
y por mí a
vuestro servicio.
Mayores de
Guadalix,
pueblo
poblado de alisos
verdes y
reborborantes…
918470225
No hay comentarios:
Publicar un comentario