de votantes
españoles
trashuman
hacia Belén
con corderos
de colores
que son
naranjos y azules,
rosados,
gualdas, marrones,
morados,
verdes, rojizos,
castaños,
grises y ocres.
Unos con el
puño en alto
y el corazón
disconforme;
otros las
manos abiertas
y cargados
de razones;
otros más…
con mucho miedo
a los
lobitos feroces
con hambre
de siete días
que
trasiegan por el monte,
afilados los
colmillos
como
cuchillos de bronce.
No descansan
ni un momento.
No se
duermen por las noches.
Vela que te
vela siguen
buscando al
Rey de los hombres
que ha
bajado de los cielos
y les espera
en un pobre
pesebre como
el de ellos
entre la
nieve y calores
de una
mulita y un buey
que le
alientan besucones.
Triscan lo
que ven al paso,
hierbas,
cardos, ramas, flores.
Al alba
beben rocío
y se lavan
los vellones
que les
protegen del frío
de parameras
y alcores.
No cierran
los ojos nunca
ni echan la
siesta a las once.
A mediodía
se muestran
alegres y
retozones
sobre las trochas
que pacen
al mando de
los pastores
y de los
perros guardianes
que siempre
llevan al borde
para que no
se desmanden
de los
límites mejores
abundantes
en comidas
de aulagas,
raíces, brotes
de
campánulas y zarzas,
violetas y
otros primores
azorinianos
de gusto
literario,
pese a voces
autorizadas
de culto
en los Voxes
de otro entonces.
Al fin
llegan a la Cueva
del Señor de
los señores
los corderos
ateridos
de esta
España de colores
y allí se inclinan
gozosos
ante el que
es Amor de amores
por los
siglos de los siglos
que duren
sus penas nobles,
pues no les
defraudará
ese Dios que
se hizo hombre
para
salvarlos del trance
de una
interminable noche,
la que
empezó en el Edén
de los ríos
corredores.
¡Ay qué duro
es caminar
sin que
ninguno te apoye!
Corderitos
somos todos
al capricho
de pastores.
918470225
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