Romance declamado sobre una silla ante más de sesenta poetas de todas las
Españas en el restaurante La Floresta del Duque, calle San Agustín 23 (Segovia), en
conmemoración del 75 aniversario de la muerte del poeta, ocurrida en Collioure,
Francia, el 22 de febrero de 1939 .
Esta es la crónica rimada del Homenaje que le tributó la Editorial Vitruvio en la
plaza Mayor, en el ayuntamiento, en la casa-pensión de María Luisa Torrego,
Desamparados, número 5, y en la Academia de San Quirce, universidad
popular que el catedrático de francés y filósofo andaluz fundara con el profesor
Mariano Quintanilla y el escultor Emiliano Barral, autor de su perdurable busto
en piedra rosada de Sepúlveda.
Andando van por Segovia,
la ciudad más machadiana,
hasta sesenta poetas
y el capitán que les manda:
Pablo Méndez, de Vitruvio,
editor que rompe y rasga.
Han llegado a honrar la obra,
de Antonio con sus palabras.
La comitiva se exhibe
en la mitad de la plaza,
con Juan Bravo por delante
y la catedral a espaldas.
Dan las once de un febrero
veintidós, día de gracias,
setenta y cinco memoria
de su bondad exiliada.
Unos le recitan versos,
otros saludan su estatua,
estos miran hacia dentro,
aquellos al fuero cantan,
todos van de amor unidos,
todos hablan, hablan y hablan
contándose mil historias
o sagradas o paganas,
sobre las que el tiempo cano
les depositó su pátina.
Y entretanto y en lo alto
se disparan las campanas
de la dama catedral
y quince iglesias románicas,
repicando por la gloria
de aquel que al buen Dios buscaba
entre la niebla, tentando
la eternidad de la página.
Subida al ayuntamiento:
les reciben Clara y Claudia,
mujeres de armas tener,
alcaldesa y concejala.
Terminados los cumplidos
ceremoniales del acta
de presencia, se dirigen
sobre las marmóreas gradas
a la que fuera pensión
y más que pensión, su casa,
desde la que iba al Parral
a pasear sus nostalgias,
o evocaba a Leonor,
muerta de amor aún infanta,
o en un tren tercera clase
ascendía al Guadarrama,
caminito de Madrid
donde Guiomar le esperaba.
Una corona de flores
depositan y se marchan,
pero queda foto móvil
de su estancia enamorada.
A continuación San Quirce,
la Academia que él fundara
con Emiliano Barral
y el Quintanilla de marras,
se convierte en un Parnaso
o torrente de palabras.
Bajo el ábside eclesiástico
de su popular estampa,
todos recitan acordes,
en amigable comparsa,
los versos del gran poeta
que en Mairena se trocaba,
haciendo filosofía
del agua que sueña y pasa.
Y al salir de la Academia
De la Castilla la ancha,
Campos, campos, campos, campos,
Llenos de cosechas pardas
Y de mil senderos corvos
Y de espigas empinadas
y de rocas soñadoras
con agudas barbacanas
en donde al fondo los álamos
cantan su canción de plata,
como el Duero que se adentra
hasta la mar manrricada.
Surge otra vez el poeta
de los sótanos del alma:
“He abierto muchas veredas,
he andado muchas cañadas,
he atracado en cien riberas
y he visto gentes extrañas
y pedantones al paño
que miran, piensan y callan
jugándose la existencia
como en un juego de cartas.
Cuánto laboran y sufren,
cuánto asumen, cuánto aguantan;
por unos palmos de tierra
discuten, gritan y matan.
Igual que Caín y Abel
andan a medias tasadas.
Cuando la noche desciende,
como una vela se apagan
y tienen sueños de amores
y de odios y de venganzas.
¡Ay la mi España partida
por una espina enclavada
en el corazón abierto
que rasguea una guitarra!
Y ahora lo mismo que antes
España sigue embaucada
por centauros caballeros
y sirenas escamadas.
Vamos a ciegas rodando,
la vida rueda y no cambia,
o estamos a lo que estamos
o aquí nunca pasa nada.
beben vino o agua fresca
y como los ríos marchan
murmurando su penita
siempre una reja, un arrojo,
un arrullo, una escapada,
una copla flamenquera,
un tamboril y una gaita.
Todo amor es fantasía,
también el de esta farfalla
en el restaurante Duque,
calle Real segoviana
por la que los que se empinan
al punto se resquebrajan.
Aquí se postra el juglar,
aquí el poeta se calla
como el día que en Collioure
se reclinó ante la lápida
del vate más bien nacido
que nunca tuviera España.
Murió el cantor, pero no
la canción que nos cantara,
dividido el corazón
entre la paz y la espada.
La muerte es un paso solo
a otra perdurable patria,
la de los libros, señores.
Morir por vivir es magia
que sólo los escogidos
por las Musas sobrepasan.
Brindemos, pues, en honor
de quien hoy nos acompaña:
Antonio Machado el bueno,
maestro de mis palabras.
Hasta el Parnaso subamos
nuestra copa de champaña,
que allí él, pronto que tarde,
nos aguarda.
91 847 02 25
a.sotopa@hotmail.com
Españas en el restaurante La Floresta del Duque, calle San Agustín 23 (Segovia), en
conmemoración del 75 aniversario de la muerte del poeta, ocurrida en Collioure,
Francia, el 22 de febrero de 1939 .
Esta es la crónica rimada del Homenaje que le tributó la Editorial Vitruvio en la
plaza Mayor, en el ayuntamiento, en la casa-pensión de María Luisa Torrego,
Desamparados, número 5, y en la Academia de San Quirce, universidad
popular que el catedrático de francés y filósofo andaluz fundara con el profesor
Mariano Quintanilla y el escultor Emiliano Barral, autor de su perdurable busto
en piedra rosada de Sepúlveda.
Andando van por Segovia,
la ciudad más machadiana,
hasta sesenta poetas
y el capitán que les manda:
Pablo Méndez, de Vitruvio,
editor que rompe y rasga.
Han llegado a honrar la obra,
de Antonio con sus palabras.
La comitiva se exhibe
en la mitad de la plaza,
con Juan Bravo por delante
y la catedral a espaldas.
Dan las once de un febrero
veintidós, día de gracias,
setenta y cinco memoria
de su bondad exiliada.
Unos le recitan versos,
otros saludan su estatua,
estos miran hacia dentro,
aquellos al fuero cantan,
todos van de amor unidos,
todos hablan, hablan y hablan
contándose mil historias
o sagradas o paganas,
sobre las que el tiempo cano
les depositó su pátina.
Y entretanto y en lo alto
se disparan las campanas
de la dama catedral
y quince iglesias románicas,
repicando por la gloria
de aquel que al buen Dios buscaba
entre la niebla, tentando
la eternidad de la página.
Subida al ayuntamiento:
les reciben Clara y Claudia,
mujeres de armas tener,
alcaldesa y concejala.
Terminados los cumplidos
ceremoniales del acta
de presencia, se dirigen
sobre las marmóreas gradas
a la que fuera pensión
y más que pensión, su casa,
desde la que iba al Parral
a pasear sus nostalgias,
o evocaba a Leonor,
muerta de amor aún infanta,
o en un tren tercera clase
ascendía al Guadarrama,
caminito de Madrid
donde Guiomar le esperaba.
Una corona de flores
depositan y se marchan,
pero queda foto móvil
de su estancia enamorada.
A continuación San Quirce,
la Academia que él fundara
con Emiliano Barral
y el Quintanilla de marras,
se convierte en un Parnaso
o torrente de palabras.
Bajo el ábside eclesiástico
de su popular estampa,
todos recitan acordes,
en amigable comparsa,
los versos del gran poeta
que en Mairena se trocaba,
haciendo filosofía
del agua que sueña y pasa.
Y al salir de la Academia
De la Castilla la ancha,
Campos, campos, campos, campos,
Llenos de cosechas pardas
Y de mil senderos corvos
Y de espigas empinadas
y de rocas soñadoras
con agudas barbacanas
en donde al fondo los álamos
cantan su canción de plata,
como el Duero que se adentra
hasta la mar manrricada.
Surge otra vez el poeta
de los sótanos del alma:
“He abierto muchas veredas,
he andado muchas cañadas,
he atracado en cien riberas
y he visto gentes extrañas
y pedantones al paño
que miran, piensan y callan
jugándose la existencia
como en un juego de cartas.
Cuánto laboran y sufren,
cuánto asumen, cuánto aguantan;
por unos palmos de tierra
discuten, gritan y matan.
Igual que Caín y Abel
andan a medias tasadas.
Cuando la noche desciende,
como una vela se apagan
y tienen sueños de amores
y de odios y de venganzas.
¡Ay la mi España partida
por una espina enclavada
en el corazón abierto
que rasguea una guitarra!
Y ahora lo mismo que antes
España sigue embaucada
por centauros caballeros
y sirenas escamadas.
Vamos a ciegas rodando,
la vida rueda y no cambia,
o estamos a lo que estamos
o aquí nunca pasa nada.
beben vino o agua fresca
y como los ríos marchan
murmurando su penita
siempre una reja, un arrojo,
un arrullo, una escapada,
una copla flamenquera,
un tamboril y una gaita.
Todo amor es fantasía,
también el de esta farfalla
en el restaurante Duque,
calle Real segoviana
por la que los que se empinan
al punto se resquebrajan.
Aquí se postra el juglar,
aquí el poeta se calla
como el día que en Collioure
se reclinó ante la lápida
del vate más bien nacido
que nunca tuviera España.
Murió el cantor, pero no
la canción que nos cantara,
dividido el corazón
entre la paz y la espada.
La muerte es un paso solo
a otra perdurable patria,
la de los libros, señores.
Morir por vivir es magia
que sólo los escogidos
por las Musas sobrepasan.
Brindemos, pues, en honor
de quien hoy nos acompaña:
Antonio Machado el bueno,
maestro de mis palabras.
Hasta el Parnaso subamos
nuestra copa de champaña,
que allí él, pronto que tarde,
nos aguarda.
91 847 02 25
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