Ya voy
llegando poco a poco al término final.
La vida
tiene un precio y lo pagué,
aunque bien
me gustaría que volviera a comenzar,
no por nada
en concreto
sino por
alargar el regaliz de la vejez audaz.
En el camino
se quedaron
dolores,
ilusiones… y algún golpe mortal
con el que
el corazón
se me negaba
a andar.
Le di cuerda
otra vez
y oí tic, tac, tic, tac…
Aún no era
la hora de caer
en las redes
del mar universal
que es el
morir,
y eché la
vista atrás
como un
observador
a un ritmo
cadencial:
las clases,
los estudios, los maestros,
los gozos,
los trabajos y ejercicios de buena voluntad,
las limpias
amistades,
el estrago
carnal,
las
gremiales tertulias,
el afán de
montar
el teatro de
niños
que
implicaba mi afán…
y así, mil
quisicosas
que estaban
por contar.
Entre
bautizos, bodas
de arroz
albal,
conciertos,
recitales
y viajes a
la mar,
me holgué,
reí y lloré
hasta la
saciedad.
Ríos
atravesé
con el agua
en la boca de tanto bracear,
montañas
ascendí pie a pie hasta la cumbre
por sentirme
capaz
andando a
bien conmigo
sin hostigar
a los demás.
Toqué
campanas
como hijo de
sacristán
y asistí a
misas
diarias sin
parar
hasta que al
fin la fe
se me rompió
como un cristal,
siempre
amando y cantando,
siempre con
la señal
de la Cruz
en la frente y en el pecho
por no ser
menos en la verde edad
que los que
sí gozaban
de piedad y
sentido espiritual.
Solo hice lo
que quise
en
cualquiera ocasión y lugar,
pero a nadie
negué
un pan con
sal,
un abrazo,
un cuaderno, una rosa,
una pluma,
un whassapp.
Eché una
mano al bien
y me aparté
del mal.
Contradictorio
fui
¿y cómo no,
si la mente es dual
y uno no
puede sujetarla
porque no es
capataz
de nada ni
de nadie
en la vida
real?
Las mujeres,
Dios mío,
en
cierta/incierta edad,
no me
supieron comprender,
ni asumir,
ni tratar,
pero acaso
por eso me libré de enredarme
en su cuerpo
frutal,
¡oh cabellos
poéticos de oro:
Dante,
Petrarca, Garcilaso, Boscán!
¿Qué hacer
por tanto ahora,
en la hora
fatal?
¿Colgarme de
su cuello
u olvidar,
olvidar?
¿Quién me dará
su olvido,
quién me
suplantará?
¿Dónde ese
abrazo último?
Cuándo ese
enlace unibucal?
¿Cómo volver
a ser
el que no
fui jamás?
¿Y por qué y
para qué
trasformar
la verdad?
Mejor seguir
callado,
mejor no
preguntar.
Aquel curso
en Varsovia
de profesor
en su Universidad
leyendo a
Lorca por el Vístula
con Agñusca,
Kapuscinski, Malgorzata, Pasternack…
¿quién me lo
trae a la memoria,
Cantábamos,
llovía y nos amábamos,
los abedules
susurraban sin cesar
y un vino
tinto húngaro
se escurría
delicioso al paladar
en tanto
resonaba
el eco del
primer retsina dulce y patriarcal
de las islas
helenas
en su
constante marear.
Son humanos
los besos.
Es divino el
azar.
Allí en
Varsovia,
los
groselleros a reventar.
Allí el
vodka rodando
de copa en
copa de cristal.
Allí las
flores mínimas, humildes,
de mano en
mano de las chicas deseosas de agradar.
Era todo
lucirse
con las
rosas de Ronsard.
Era todo
correr por praderas boscosas.
Era todo
soñar.
Era todo
morirse de dulzura.
Era todo
indagar, indagar, indagar.
Viví más en
dos meses
que en cuatrocientos
años más.
Las hojas
verdes, secas,
volaron ya.
Desnudo el
árbol
como el
hombre está.
Las nieves
del invierno
de la
tercera edad
me derrotan
los pies,
y tropezar
es lo que
sé,
lo que mejor
me va.
Estación
Términi a la vista,
cruce fatal,
dadme las
gafas
de aquí y de
Allá.
Luz, luz,
más luz,
¡Ah, ah, ah,
ah!
Se borra el
horizonte de la tierra,
comienza el
mar;
sin duda
existe
otra
distinta realidad.
La barca de
Caronte
quiere
presto zarpar.
Los tristes,
los cansados,
los
desesperanzados sin hogar…,
traed el
óbolo debido
no vaya a
naufragar
y que otros
lleven
las flores
funerarias a nuestra sima sepulcral.
El sueño nos
invade.
Habrá que
despertar
por un
momento al menos,
el momento
final.
Adiós,
playas, favonios…
Adiós,
adiós. Callad, callad.
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