Estoy convencido de que la mente se puede armar y programar con la
exactitud de un artefacto informático de la última generación. Yo creo
encontrarme a punto de conseguirlo con la mía, hasta ahora tan indolente
y displicente, que no sé si es corporal/cerebral o puramente
espiritual.
Steve Job o Bill Gates deberían echarme una mano en este artículo.
Cada
día, a la misma hora y en el mismo despacho, me siento ante la
cuartilla en blanco y ante la pantalla reluciente, y es entonces cuando
los pensamientos me brotan, fluyen y desembocan como un turbión o
torrente. Seguro que se han ido fraguando poco a poco, incluso durante
el sueño de la noche o la siesta, con derivaciones varias de lecturas,
conjeturas, conversaciones e imaginaciones.
Yo
pienso con palabras superpuestas como ladrillos y piedras para construir
una oración. Una después de otra, como aconsejaba Azorín. Al igual que
las casas, las frases u oraciones son más o menos altas o largas, anchas
o estrechas, umbrosas o soleadas. Amo las que se asientan con sillares
graníticos y se yerguen como arcos góticos o columnas salomónicas. Amo
la belleza plateresca y barroca. No es que la belleza sea puramente
adjetiva o decorativa, es que forma una pareja indisoluble con la
sustancia o la verdad de lo que queremos expresar.
Y resulta que yo no sé qué pensar si no tengo delante un papel, un ordenador o un interlocutor semejante.
Así
como se provoca científicamente la lluvia en los paisajes pasajeros,
así se despiertan y lucen las ideas dormidas en el subconsciente cuando
uno las excita en la conversación y la escritura. No, no salen solas;
hay que abortarlas con voluntad o provocarlas con fórceps intelectual.
Luego una información lleva a otra; un razonamiento conduce a otro más
complejo: tesis, antítesis, síntesis, se decía antes; la síntesis o
globalización es su concreción material, justo la que estoy exponiendo
ahora.
Opciones y opiniones se diseminan a porrillo
en el ambiente cultural y hay que saber elegirlas, según el sentido y
la sensibilidad del momento personal y de la sociedad, para la que uno
se explica.
Antes de hablar y escribir hay que
mentalizarse a base de bien, con lecturas, observaciones y
conversaciones, ya lo dije; las ideas no surgen por generación
espontánea, sino achuchadas unas contra otras, de la discusión sale la
luz de la inteligencia, según Platón, auténtico genio de la hermenéutica
y la propedéutica en sus embrionarios y fecundos “Diálogos”.
91 847 02 25
a.sotopa@hotmail.com
Me gustan esos hilos de tus pensamientos: destaco, en concreto, la parte final de tu cuarto párrafo: belleza y férula formal con la idea sólida. Un abrazo, amigo Apuleyo.
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