Hablar es barato, pero muchas veces sale caro. Por lo que no pagas nada es por callar. Tiéntate la boca antes de abrirla.
Escribir es costoso; por eso la deuda que adquieres con el lector es mayor, y difícilmente te la perdonará si no le contentas o le sacas de sus anclados pensamientos con tus impertinencias.
Escribir es desahogarse en los otros para no ahogarse en uno mismo.
Al entregarte con tu pluma a los demás corres el riesgo de salpicarte con tu propia tinta.
De escritores bastardos están las papeleras llenas y las estanterías vacías.
Hablar por no callar es una de las más solemnes tonterías que solo los tontos se disponen a escuchar.
Dímelo una sola vez y no me lo repitas si a la primera no me interesó lo que dijiste.
Somos dueños de nuestros silencios, pero no de nuestras palabras, que se prestan a todo tipo de suposiciones. Incluso de aquellas que ni se te ocurrieron a ti.
El lector es tan escurridizo e imaginativo que lee lo que no hemos escrito.
Si te fijas mayormente en los adjetivos, destruyes o aumentas la esencia de los sustantivos.
Poner punto y aparte no significa que no tengas algo más que contar o describir. Cualquier obra bella se compone de fragmentos igualmente bellos. Y hay que descansar de cuando en cuando el codo para que el lector respire y recapacite también, al hilo de lo que vas trenzando, pintando o esculpiendo.
Ten paciencia. Nunca acabarás un libro perfecto. Y esa actitud es la que te mantendrá vivo y atento a continuos y nuevos detalles e ideas.
a.sotopa@hotmail.com
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